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Channel: LA PIPA DE HEMINGWAY
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HEMINGWAY: COMO LOS HIJOS DE LA MAR





 
De pronto me sorprendo porque hace siete años estoy peleándome con este borracho. Desde hace siete años estoy obsesionado con la idea de que un día se me presentará y me sacudirá una trompada porque me metí con su vida y sus historias sin ningún permiso. Desde hace siete años espero que algún familiar me increpe porque su pariente no era como yo lo visto y desnudo. Desde hace siete años un montón de especialistas me critican porque este Hemingway no es el escritor que ellos consideran. Desde hace siete años mi familia me soporta cuando hablo sobre su figura. Desde hace siete años muchos jóvenes me consultan porque descubrieron a un autor extraordinario. Desde hace siete años me putean porque no hago otra cosa que hablar de un norteamericano pedante y estúpido. Claro, también uno tiene beneficios, algún viaje, libros de regalo, la amistad de quienes me miran con cierto respeto y las anécdotas casi verídicas de algunos que se me acercan porque hablan de mi “viudez hemingwayana”. Ahora que estoy fresco y sobado con tanta alegría, me acuerdo de Hernán Balderrama, el viejo lobo de mar que me hizo subir a la Miss Texas para recordar las travesías de Hemingway en Cabo Blanco. Resulta que esa embarcación que descansaba en el Yacht Club Peruano deja definitivamente su amarra y cambia de indumentaria, vuelve a Cabo Blanco con el mismo ropaje de 1949 que supo vestir cuando Ernest salió a buscar al merlín negro gigante. Balderrama, quien la había rescatado y reciclado la vendió al grupo Inkaterra y con todos los honores regresa a su antiguo hogar, a su viejo terrero, a su lugar en el mundo.





Como una estampa de la época y para no caer en vanidades, quiero presentar un excelente trabajo de un joven periodista que ha seguido los pasos de Hemingway por la tierra peruana.


Gracias a todos los que me apoyan en esta aventura.

 


EL VIEJO MILLER Y EL MAR DE CABO BLANCO




Todos se detuvieron a esperarlo en la pista de aterrizaje aquella mañana de abril. Ernest Hemingway apareció a la puerta del avión Douglas DC-7B de la aerolínea Pan-American Grace, en Talara, lanzando saludos con la mano a una fila de personas que gritaba su nombre. Eran las siete y media de la mañana del 16 de abril de 1956. El recientemente galardonado con el Nobel de Literatura descendía acompañado de su esposa Mary Welsh, un sastre plomo elegante, una sonrisa edulcorada. Y lucía enfundado en una camisa a cuadros bajo un saco caqui y pantalón plomo encendido. La barba esponjosa y ensortijada encuadraba ese típico rostro mordaz y serio rebosando para las fotografías.


Ernest, Ernest, Ernest. Gritos generales. Y una fila de periodistas disparándole preguntas, ¿en cuántos días escribió El viejo y el mar?, ¿cuál es su próxima aventura?, ¿es usted republicano o demócrata?, ¿cómo se explica que siempre haya salido vivo de los accidentes?, ¿es la suerte o es que usted no le tiene miedo a la muerte? Y Hemingway, el escritor que había revolucionado la narrativa contemporánea con la contundencia de sus obras, estaba otra vez en escena, cruzando miradas y sonrisas decorosas con su mujer, dudando un momento, respondiendo después: la voz ronca y melodiosa, resultado de fumar en pipa. Si para el mundo él era entonces un talentoso despiadado, un hombre a cuya espalda guarecía una antología de desvaríes, para la gente de ese lugar —Talara, en el extremo del noroeste peruano— era un hombre sencillo, bonachón, agradecido y fantástico, una estrella menor de metro setenta y tantos que ahora daba una conferencia de prensa, el regalo hiperbólico de alguien que desde su nombre llamaba la atención.


No era una de esas bienvenidas triunfales para alguien triunfal: Hemingway entonces ya era una marca que brillaba con luz propia, así que por esa fama bien podría haberse ido al centro luminoso de New York o a Hong Kong o a Tokio, las ciudades más caras del mundo, pero aquel día de otoño su destino había apuntado al balneario más insospechado del planeta, a un pequeño lugar de los casi 136 millones 232 mil kilómetros cuadrados de costa que tiene el Perú, en la única parte de Sudamérica que visitaría en toda su vida.


Había que hacer preparativos. Dos días atrás, un equipo técnico de la Warner BROS había llegado para instalar sus equipos y armar la escenografía de la película “El viejo y el mar”. Pues en Cabo Blanco, una playa que asoma como apéndice en Talara, iba a grabarse parte del film de la obra que él publicó por primera vez en la revista Life en setiembre de 1952, y con la que se hizo ganador del Premio Pulitzer un año después. «Infló sus carrillos de conejo y volvió a sonreír —recordaría Manuel Jesús Orbegoso, un periodista peruano que esa mañana coreaba su nombre con desenfreno—. Todo fue sonrisas». Era el visitante más sencillo que llegó a la playa, dirían otros, los testigos devotos de aquella visita. La primera vista suele crear una definición anacrónica del visitante.


Esa mañana, el escritor seguía los pasos medidos de una aeromoza rubia enfrascada en un vestido escueto. Con él llegó también un amigo cercano, Eliseo Arguelles, y Enrique Pardo Heeren, el fundador del Club de Pesca de Cabo Blanco, donde iba a hospedarse. Hemingway entonces bordeaba los 56 años, lo embargaba una afición al mar, al whisky, pero nunca a su presencia. “Prefiero no verme en el espejo”, dijo carcajeando. Después vinieron las confesiones. Decía que siempre había tenido suerte, que los periodistas como él tenían que aguantar tanto que sólo los podía calmar la bebida, que la muerte era una prostituta que quería acostarse en su cama, y que las grandes aventuras llegaban a buscarlo. Él nunca las perseguía. “Llegan solas”, dijo en la conferencia, después de abandonar el avión en que había llegado ese lunes de abril.


Casi medio siglo después de la travesía que emprendió el Nobel de Literatura, Cabo Blanco aparece en medio de unos cerros desérticos como una postal caribeña: arena blanca finísima, un sol fosforescente, y embarcaciones que parecen palomas blancas posadas sobre el mar picado. Cabo Blanco es apenas cuatro restaurantes, una capilla donde se celebra misa dominical y después se da desayuno comunitario, un colegio del estado que tiene un merlín negro en su escudo, una asociación de pescadores artesanales, baños públicos para los turistas, una tienda que ofrece servicio de internet, y un puñado de familias conservadoras viviendo en casas de una o dos plantas, que se salpican como rocas a lo largo de toda la costanera. Por lo demás, los periódicos que informan de muertes, asesinatos o levantamientos violentos al interior del país, tienen que irse a comprar a El Alto, un pueblo distanciado a diez minutos de donde se desciende al balneario por un camino enredado como un gusano. Sin embargo aquí, las noticias habituales corren como un prodigio: Cabo Blanco es más pequeño que una grajea, si se mira desde el mapamundi. No tiene más de doscientas familias, ni un aeropuerto propio, ni un presidente, pero Hemingway, cuya imaginación era capaz de concebir escenarios extravagantes, lo bautizó como “el país de la pesca”. Desde entonces, el pueblo-balneario no ha dejado de ser visitado por personas que buscan seguir los pasos del escritor. Y del merlín. No es reciente. Cabo Blanco había sido la playa más famosa del mundo porque allí confluían los pecadores de altura, una mezcla de liliputienses que buscaban la aventura en altamar.




Esa mañana de llegadas distinguidas, el avión alzó vuelo dejando a sus tripulantes en el aeropuerto. Habían viajado doce horas saliendo desde Miami, Florida, atravesando todo el continente americano hacia el Sur, y es probable que a eso se haya sumado la modorra mediática de la pregunta-respuesta o la sensación irritante de posar para las fotos. Un vehículo reluciente llegó a la carretera para llevarlos a Cabo Blanco. Hemingway abrió una de las puertas: los asientos radiantes y bien acomodados para el Nobel. Mary Welsh, en cambio, se detuvo un momento antes entrar al vehículo. Llamó a los periodistas, ellos corrieron, y, mientras guiñaba un ojo, se tomó la modestia de decir con un suspiro:


—Ernest es un buen chico.


Y entonces el vehículo se perdió en la mañana celeste.


Los esposos se quedaron en la playa más de un mes.
 

Máximo Jacinto Fiestas era descendiente de pescadores. Creció sabiendo que la naturaleza y el hombre eran un matrimonio feliz, y que no había que tenerle miedo al mar sino más bien un respeto único y casi divino. A los treinta y siete años, con el bigote más poblado y aún negro, y el cuerpo macizo pero igual de morocho, ya había navegando La Habana y Miami, Carolina y Oxford, Nueva Orleáns, el Atlántico, y todo el cachete del Pacífico. Y sus habilidades náuticas lo habían llevado a ocupar un puesto en la Marina de Guerra del Perú. Jacinto Fiestas tenía una notoriedad entre todos los pescadores de la playa. Era el mejor carnalero, como solían (suelen) llamar a quien prepara la carnada para el pez. Esa buena reputación lo había llevado a establecer una relación en forma empírica: a la naturaleza sólo hay que obedecerla, no dominarla.


Así, Jacinto Fiestas hizo de esa astucia un trabajo. Había visto batir récords a varios pescadores en la playa. Y un día se embarcó con Alfred Glassell para capturar juntos el merlín más grande que pueda existir en el mundo. Era joven; solía vestirse todo de blanco con sayonaras de jebe. Había visto tantas veces caras coloradas, gente que hablaba otro idioma, artistas reconocidos, que, el día en que supo que iba a tripular con un hombre llamado Ernest Hemingway —que era escritor y recién había sido galardonado con el Nobel de Literatura—, Máximo Jacinto Fiestas asintió con la cabeza y supo que esa era una nueva oportunidad para retar su astucia. Tenía treinta y tantos años. Nunca había estado parado frente ante cámara, pero entonces le dijeron iba a participar del rodaje de la película “El viejo y el mar”. Ante los lentes de la Warner BROS, Jacinto Fiestas no sonrió demasiado.


— Le digo una cosa: éste [Hemingway] engañará a quien no es pescador, ¿en qué cabeza cabe que un animal como ese va a pescarse en dos noches?, ja. Él, de allá vino a filmar esa película. Pescó 34 días, si dicen que estuvo más, pues, seguro estuvo en el Fishing Club descansando, o tomando. Él muy poco hablaba el castellano. Iba en Miss Texas, yo también iba allí.


Hoy es un domingo de junio por la tarde, y el sol de verano tuesta la arena de Cabo Blanco. Máximo Jacinto Fiestas, piel dorada y ojos despiertos de luna llena, está sentado en un catre esponjoso frente a un televisor que transmite un partido de fútbol. Sonidos ampulosos, las olas llegando a la orilla. Y Jacinto Fiestas, que ha amanecido con un dolor en la rodilla derecha. Ahora tiene ochenta y nueve años, el bigote blanco bien recortado, un polo gris de mangas largas adentro del pantalón, y unas sayonaras desgastadas. Y pasa sus tardes en una sala con cuatro sillones matizados, retazos de periódico —viejos—, y varias fotografías a blanco y negro: Hemingway con todos los pescadores en una embarcación en el mar de Cabo Blanco, Mary Welsh abrazándolo con emoción, y él sonriendo a su lado. En esta casa, cuatro paredes de cemento y un pasillo que desemboca al muelle, las fotografías son tan numerosas como los recuerdos del patriarca.


Miss Texas era la embarcación que Hemingway había seleccionado para su travesía, y allí solía beber sorbos lentos de whisky mientras una tórrida brisa le agitaba su camiseta de gabardina. Era un barco grande, pintado de blanco con fibra de vidrio y dos cabañas al lado de una cabina de tripulación que hacían verla colosal. A veces, un sol de verano centellaba en el mar surcado de embarcaciones, pero llegaba tibio a la terraza de la Pescadores II, donde Mary Welsh se afiliaba en una silla de madera con la delicadez de la esposa de un Nobel de Literatura. La mañana de grabaciones, cansado, apresurado por los pasillos de la embarcación, Jacinto Fiestas hacía cortes delicados sobre el cuerpo de un pescado (el lector puede levantar la mirada y ver a un Hemingway todo atlético, dejándose despeinar por la brisa costera).


—Una vez se le había metido un merlín enredado abajo del bote. Y me llamaron, y yo me puse trusa, le dije que me alisten el ancho grande de la caña, y me fui a buscarlo abajo del bote. Era mi tarea también.


Jacinto Fiestas bucea en el aire denso y continúa: —Sí pues. Les dije que si salía que aprieten fuerte el gancho, no lo vayan a soltar, les dije. Pásame un alicate, les dije, y rompí el hilo, y el merlín salió. Lo cogimos. Después subí arriba, y Hemingway sacó de una canasta una botella de whisky, y me dijo: toma, toma Máximo, para el frío. Yo ya tomaba whisky claro. Le dije, ten mucho cuidado vaya usted a buscar la cola de la señora María. Ese Ernesto… siempre tenía su buen sentido del humor.


Risas generales. Y Jacinto Fiestas señala una imagen en la pared que muestra a Hemingway sonriente con todos los pescadores que lo acompañaron, poco más de una veintena. Máximo Jacinto Fiestas pasa la mirada por la foto y después la vuelve hacia el piso. Esta tarde de junio, antes de que guarezca entre los últimos cerros resecos, un sol tortuoso rebota en el mar de la playa y asoma, con temor, a la salita saturada de fotografías donde Jacinto Fiestas dice, mirando el partido de fútbol: “Don Ernesto fue la persona más sencilla que llegó a la playa, no sé, pero era distinto a todos”.


Distinto a todos.






Mientras frota la parte adormecida de su rodilla, el carnalero recuerda ese suceso con emoción. Su mujer descansa al fondo de la sala, en un rincón lúgubre desde donde puede oír lo que converso con su esposo, Macha, de cariño o respeto. Ahora la veo encoger los brazos con recelo, y mover la cabeza hasta convencer que algo en nuestra conversación la está disgustando. ¿Por qué habría que molestarse si su esposo es famoso? Ha aparecido en documentales, en diarios, y a veces uno puede ver sus fotos circulando por varios portales de internet. Más tarde él me dirá, con la voz bajita, que “a ella le molesta que vengan a hablar conmigo. Casi siempre vienen a hablar de lo mismo”.


La cosa es más paradójica aún. ¿Había algo sinceramente atractivo en la playa? Tan regio como para atraer a gente como Marilyn Monroe, John Wayne, James Stuwart, Gregory Peck, Cantinflas, el príncipe Felipe de Edimburgo, el torero español Luis Miguel Dominguín. Tan sofisticado como para atraer a Leonardo DiCaprio, Cameron Díaz, Salma Hayek, Ricky Martin. O tan sobrecogedor como para atraer a Hemingway. Todo parece indicar que sí. De ahí que las guías turísticas del mundo le hayan puesto la etiqueta de la playa más rica del mundo. Y rica podría abracar varios significados: desde el exquisito sol, pasando por la arena blanca, hasta llegar a la variedad de especies que allí habían.


—Hemingway fue el visitante que más tiempo estuvo— Jacinto Fiestas, Macha, se acomoda en el catre esponjoso. —María lo quedaba mirando, era petisa.


Los esposos Mary Welsh y Hemingway, recién llegado a la playa, se habían conocido en Londres, cuando ambos eran unos jóvenes corresponsales de guerra. Sus encuentros eran un culto a la reflexión. “Solíamos conversar mucho de la vida metidos en unos pesadísimos capotes militares, mientras la neblina se empecinaba en tumbar el Bin-ben”, le dijo ella a un periodista en la playa, y dijo también que con el dinero del Premio Nobel, Hemingway había entregado sueldos de gratificación a su chofer y a sus empleados, y que a ella le compró una escopeta amenazante y le ofreció un cheque de dos mil dólares. “Es la cuarta y última mujer”, dijo el escritor cuando llegó a Cabo Blanco. Y en efecto era la cuarta y última puerta donde iría a mendigar un amor que siempre le fue esquivo, porque la vida de este escritor, ya verán, es una galaxia compleja donde coexiste todo menos la felicidad.


— ¿Cómo era Hemingway en la playa?— pregunto a Jacinto Fiestas bajo el rústico techo de su casa levantada al frente del malecón “Ernest Hemingway”.


—No podría decirle algo exacto sobre él— dice. —Hemingway —una pausa de dos segundos— era Hemingway.


De Hemingway se ha dicho mucho. Que tenía cicatrices desde la punta de su cabeza hasta la punta de su pie derecho, que su vida estaba escrita en el cuerpo, que fue el Byron norteamericano, que es un escritor sempiterno. Hay que inventar palabras para definir a Ernest Hemingway. No fue tozudo, ni triste, ni víctima, ni bipolar, o todos los adjetivos que han recaído en las letras de su nombre. Hemingway, el viejo barbado, fue más o menos que eso. Pudo haberse acostado con muchas mujeres, si es que él hubiera querido; pudo treparse en un transatlántico y no detener su viaje nunca, si es que él hubiera querido. Todo gira alrededor de allí y la órbita, si acaso la vida de Hemingway es una galaxia confusa, es El viejo y el mar, la película que estaba filmándose en Cabo Blanco. Y en esta playa, los pobladores han sabido crear su propia leyenda al punto de mitificarlo, porque Ernest Hemingway, corresponsal de guerra, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1954 y acaso el escritor norteamericano más importante del siglo que pasó, no pudo ser más que eso: una huella indeleble. Una vida de novela.





De la visita hoy queda muy poco. Sólo tres de los personajes de la leyenda de Cabo Blanco aún viven. Y Máximo Jacinto Fiestas es uno de ellos. [“Yo pesqué con Hemingway”, “yo le servía los tragos a don Hemingway”, “yo me hice amigo de don Ernesto Hemingway”]. En el Fishing Club, donde debería estar una placa que diga: “Aquí se hospedó Ernest Hemingway”, como suele ocurrir en otras partes del mundo, el paso de los años ha hecho lo suyo en los anaqueles de la barra, en las salas contiguas, en las paredes, en todos esos lugares que pisó el escritor.


—Recuerdos nada más quedan, vea usted.


Pero esta tarde en que se transmite un partido de fútbol por televisión, el carnalero Máximo Jacinto Fiestas no se incomoda al hablar de esos tiempos. Bosteza, aletargado por la tarde, y a ratos frota sus ojos humedecidos por las cataratas que han rasgado su visión. Lleva varios minutos frotando su rodilla derecha. Recordar, de alguna forma, es como revivir algo que se perdió con el tiempo.
 

La llegada se había anunciado en los diarios de la capital, en los tabloides regionales, y otros medios donde hablaban del escritor como quien habla de una estrella. La mañana del catorce de abril, dos días antes de que Hemingway aterrizara en el aeropuerto de Talara, el administrador del Cabo Blanco Fishing Club, Sigmund Plattel, le dijo a Pablo Córdova Ramírez que arreglara las cosas, “por favor, Pablo, pon en orden todo que va a llegar alguien importante”. El rostro acomedido de Córdova Ramírez confirió confianza a Sigmund Plattel, voz firme y arrogancia frívola. Lo último parecía ser la típica costumbre de los socios del hotel. Cada rincón del edificio develaba lo costoso que era formar parte de ese círculo selecto de rostros rosados y cabello claro, cuya difusión llegaba hasta los confines menos pensados de Norteamérica, en periódicos donde se dejaba un número telefónico para obtener más información y un folleto. Un folleto con fotos y textos de los mejores años del Fishing Club.


La mañana en que se lo comunicaron, el trabajador del hotel empezó a limpiar las estanterías, a ordenar los muebles, a barrer los pisos de madera de las salas. No era habitual que la llegada de un personaje nuevo al club de pesca sea un gran acontecimiento. Era un hecho al que cualquier poblador de esa época estaba acostumbrado. «La playa es pequeñita pero llegaban bastantes gringos que ya no llamaba la atención», iba a recordar aquel barman, que más de cinco décadas después de aparecer en un documental de la Warner BROS, luego de beber con Ernest Hemingway en la barra de ese hotel, lo que puede parecer tan banal, Pablo Córdova Ramírez, con sus lentes oscuros y cuadrados y un bigotito auroral floreciendo en la barbilla de su rostro cetrino, no hablará por el bien de sus buenos recuerdos.


Es una mañana de setiembre cuando llego a verlo, y él más bien desfoga toda su excrecencia contra mí, resumiendo esta historia de una fama terminada, de una playa que se levanta tras unos cerros inmensos que acaso ya no la dejan ver: “Es por demás que estés parado allí, yo no voy a hablar contigo, esos tiempos ya pasaron, ya no son”, me dice Córdova Ramírez mientras limpia las sillas empolvadas de su restaurante. Ahora él ya no tiene tiempo para eso: sabe que ha dicho mucho y hoy no hablará por el bien de sus recuerdos. Conversar con quien Hemingway quería llevar a Cuba [“Eres el mejor barman”, lo felicitaba], es una tarea ingrata, la misma sensación de cuando uno hurga en la vida de Hemingway.


Para él, el mar era ese lugar donde podía encontrar tranquilidad interior. O tal vez donde todo “cambiaba a medida que se mueve”. O ese destino de poesía. O la literatura misma. “Uno puede eliminar cualquier cosa que conozca, y eso solo fortalece el témpano de uno. Es la parte que no se deja ver”, decía Hemingway, que una mañana de mayo escribió, desde Cabo Blanco, una carta a Marlene Dietrich, su musa alemana, incluso cuando estaba al lado de su esposa. “No se puede mentir ante el mar”, decía él. Y sus estudiosos dicen que mendigaba amor por todos lados. Había tenido una infancia perturbada, y tuvo que madurar a la fuerza, casi por necesidad, en la familia de un médico y una estudiosa de música con la que nunca se llevó bien porque lo maltrataba y lo vestía como niña; llovían las críticas malas hacia sus obras, y sus planes, dicen, siempre terminaban estancados. Le apasionaban las corridas de toros, pero temía a los eventos donde asistía gran cantidad de gente. Era bipolar. Manejó armas a los nueve años. Escribía para no morir y moría cuando escribía. Era fuerte, era corpulento, era atlético, era Cáncer —casquivano y voluble—, era discreto. Y en Cabo Blanco no quería que lo llamen Ernest. Se deprimía fácilmente y, cuando eso pasaba, solía tener un carácter agresivo. Era alcohólico y en toda su vida se accidentó treintaicuatro veces, veinte de ellas bajo los efectos de la bebida. En Cabo Blanco iba a las night parties. Bebía tres vasos de pisco sour antes del almuerzo, licor escocés heladísimo, o un caucásico whisky. Bebía una cantidad grande [de whisky puro] y decía que la mezcla debía suceder en el estómago, eso se llamaba blended.




Si Hemingway hubiera escrito un diario sobre sus días en Cabo Blanco, hubiera empezado diciendo que, en el desayuno, comía huevos duros y panes. Que tenía unas manchitas pardas en la piel las cuales, cada vez que salía a pescar, se le encendían como puntitos de acné en el rostro de un púber. Que su querida esposa, Mary Welsh, comía arroz con carne saltada y papas fritas, y era su plato preferido. Que en esos tiempos, la playa Cabo Blanco, donde estaba, era la única conocida en esta parte del norte peruano. Que, con el boom del turismo, el boom del petróleo le confería importancia mundial. Que ni siquiera había escuchado hablar de Máncora, el balneario más conocido del norte peruano donde, actualmente, se pasean sus compatriotas día y noche. Que en el Fishing Club, donde estaba hospedado, fundado por Enrique Pardo Heeren, confluían las personas más adineradas que llegaban a la playa, deportistas acaudalados que pagaban casi $ 10.000 para la adhesión a esa sociedad de whisky y rostros colorados. Que no había sido necesario llegar a Lima, la capital, para después emprender viaje a Cabo Blanco; se llegaba directamente allí. Hubiera escrito bastantes cosas Hemingway sobre sus días en Cabo Blanco.


En una foto se le ve con un polo ligero y una bermuda estrecha que deja ver sus piernas atléticas. Hemingway también ríe, y un pescador pone una de sus manos en su hombro derecho. Le dice algo que no se escucha. El escritor sostiene un merlín pequeño y el aire en alta mar es tan agresivo que le arruina su peinado raya al costado. En la playa, Ernest Hemingway pescaría seis merlines negros —ese animal que ahora forma parte del escudo de un colegio del pueblo—, incluso uno de seiscientas libras, pero ninguna toma realizada por los productores desde el balcón de Miss Texas, sería incluida en aquel film, dirigido por John Sturger. La playa famosa jamás apareció en la película. «Fue un fiasco», dijeron los críticos. Pero el día después es aún más tedioso y monótono. “Esos tiempos ya pasaron, ya no son”.
 

—Ahora son tiempos distintos, oiga.


Es una tarde de primavera, y Rufino Tume, quien pudo haber sido la persona que más éxito acumuló gracias a la pesca en los años de oro, está sentado en la antesala de su casa mirando desvanecerse esta tarde rojiza. Ahora tiene ochenta años, el cabello color plata, y unos lentes oscuros y redondos que le dan la apariencia de un intelectual del siglo pasado. Y lleva puesta una chompa de lana azulina, pantalón beis, zapatillas de lona, la tarde que se termina como una poesía. Cabo Blanco, a esta hora, es un sol color naranja que empieza a esconderse en el horizonte, y el mar picado estalla unos metros más lejos de la orilla dejando una estela de espuma. El muelle es decrépito, un pedazo de cemento en esta parte del norte del Perú.


Rufino Tume, el ex capitán del yate Pescadores II del Fishing Club, el hotel donde estuvieron las personas más importantes que llegaron a la playa, no sale pescar desde hace más de tres décadas y entonces sus días son rutinarios. Se levanta antes del alba, a las tres de la madrugada, sorbe un poco de café, y vuelve a sentarse en el mismo lugar donde estamos conversando. Miro el mar y me acuerdo de mi gente, de esos tiempos, dice Rufino Tume, y lo dice como si fueran años muy lejanos, demasiados como para animarse a recordarlos en este momento, frente al mar, cuando la tarde está cayendo sobre los últimos cerros de la playa. A Rufino Tume le cuesta recordar aquellos tiempos, susurra María Vite, su esposa, como si no quisiera preocuparlo por su estado de salud. La esposa del ex capitán lleva puesto un vestido negro, el cabello hecho un ovillo, y unas sayonaras desgastadas.


Rufino Tume habla de una manera muy lenta, como si masticara las palabras, como si estuviera esforzándose en dar voz a sus pensamientos. Tiene cuatro hijos: dos mujeres, y un par de varones. Y ahora cuenta que hubo un tiempo en que tuvieron dinero en abundancia, camionetas, buena casa, todo eso, hasta que llegó la enfermedad. El rostro vivaz de Rufino Tume hace que uno no sé dé cuenta de su dolencia. En el fondo sabe que seguirá ahogándose en las lagunas mentales que aparecen cada cierto tiempo a causa de ese derrame que sufrió veinticuatro años atrás. Y lo dice así. Ese. Con cierto desprecio.




—Ya no me acuerdo, pero iba manejando. No sé qué día era ese.


Era una mañana de 1988 y un sol travieso dibujaba su celaje sobre el parabrisas. Rufino Tume conducía una camioneta de El Alto a Cabo Blanco, cuando de pronto algo empezó a precipitarlo, soltó el timón, se desvaneció en el asiento, y se quedó dormido. Luego de vulnerar el peligro de haber chocado en alguna curva, después de quedar inconsciente por varias horas en el asiento delantero, después de todo eso, Rufino Tume no recuerda nada más. Para qué, si fue una desgracia para el ex capitán.


Rufino Tume ha navegado toda Centroamérica, y como a todos los pescadores de esta playa, a él le enseñaron desde niño que, en la captura de los peces, estaba el futuro familiar. Si terminó comprándose siete camionetas, si construyó su casa con rejas, si mantuvo a su familia, todo eso, fue gracias a la pesca. Al mar. “Llegó a tener bastante plata, incluso se llegó a decir que él había hecho pacto con el diablo”, me dijo uno de sus sobrinos una mañana en Piura, esa ciudad ubicada a tres horas de Cabo Blanco, donde sólo discurre un mar de vehículos. Pero así como te da, la pesca te quita: es hipócrita, y no sirve de nada hacer promesar matrimoniales con ella. Pero ahora anochece en Cabo Blanco y las farolas del renovado muelle “Ernest Hemingway” —en honor al personaje que hizo de esta playa una leyenda— se encienden. Así, las calles son fieles cómplices de la soledad.




Frente a la tarde rojiza, Rufino Tume dice que Cabo Blanco también es un récord. Un día de verano de 1953, el estadounidense Alfred Glassell Jr. pescó el merlín negro más grande del planeta. “¡Qué animal!”, grita ahora —en inglés— la leyenda de una foto a blanco y negro. Ese récord aún lo mantiene el Perú: el nombre de Cabo Blanco está incluido en el libro de los Récord Guiness. Pero “ya perdió esa fama que tenía antes, ahora es una playa que está tratando de recuperarla”, me dijo el ex teniente alcalde de Cabo Blanco. ¿Por qué cuando Hemingway se fue, terminó la fama de la playa?, ¿por qué los peces se encogieron?, ¿por qué ya no se quiere recordar los años de oro? Juan Chávez Rondoy estaba sentado en una mesa plástica, bajo el rústico techo del restaurante que administra: el “Ninas”. El ex teniente alcalde del distrito pesquero llevaba puesto una camisa a cuadros, un pantalón beis, zapatos negros, el bigote extinto, y esa vez más que nunca parecía resignado. Sus palabras contenían la antítesis desganada que empezó a rondar por la playa. “Los extranjeros venían desde sus países para pescar aquí, y sacaban pescados enormes, hoy ya no, ya no salen esos pescados, salen otros pero más pequeños, cuestión de la naturaleza seguro. Cabo Blanco es una playa que está tratando de recuperar su fama”, decía el ex teniente alcalde, meses atrás. Esta tarde de setiembre, sin embargo, Rufino Tume ya no quiere conversar. De pronto, hace una vista panorámica en la antesala de su casa: paredes rosadas, ventanales que dan al interior, muebles, dos sillones. Sus lagunas mentales están a punto de delatarlo. Al frente, sentado, está su sobrino, un niño de doce años que tiene un dibujo estampado en su polo. El ex capitán de la embarcación Pescadores II, trabajador del Cabo Blanco Fishing Club, lo examina y, repentinamente le pregunta:


— ¿Y tú, cómo te llamabas?


Las lagunas mentales del derrame son previsibles. Aunque tiempo atrás Rufino Tume, lentes redondos de intelectual, viajó a Cuba con dos de sus hijos buscando encontrar una solución a su enfermedad. Aquel día en que Rufino Tume llegó a la isla, fue adonde el doctor que iba a atenderlo con una fotografía blanco y negro. Quería decirles a los médicos que él había estado pescando con Hemingway por más de once horas diarias durante treinta y seis días, conversando con el Premio Nobel de Literatura 1954, que tuvo el privilegio de haber tenido frente a frente al despiadado matatoros, al escéptico, al Byron norteamericano, todo eso junto en el punto más notable de sosiego.


—Y para qué les dije. Empezaron a decirme: Ah, usté ha estao con mi papá, entonces lo vamos a atender bien— dice Rufino Tume y se apoya en el respaldar de la silla. —Me abrazaban, se tomaban fotos conmigo.

 

Papá Hemingway es capaz de provocar esas cosas. ¿Pero acaso llegué a la playa para que me cuenten lo que había leído sobre aquella visita? En los diarios y noticias de la época se hablaba de la película, de la llegada del escritor y su esposa, de la dificultosa pesca del merlín. Se había dicho, incluso, que Cabo Blanco inspiró a Hemingway a escribir El viejo y el mar, lo que era falso, porque la obra ya estaba escrita, como la vida de Hemingway, como los años dorados de la playa. Se decía tantas cosas que, allí mismo, colándose como un hilo de luz, asomaba una pista que bien podía explicar al loco de Hemingway, como se han familiarizado en llamarlo sus estudiosos. La bipolaridad. Las huidas. El mar. Lo otro: “Uno siempre debe buscar en Hemingway el otro lado de las cosas. De esta manera se entienden sus actitudes”, iba a decirme un día José María Gatti, estudioso de la vida del escritor, ese turista desapercibido que llegaba a encontrarse con el mar, el lugar que aliviaba sus heridas. “Hemingway tiene cicatrices desde la punta de la cabeza hasta la punta de su pie derecho. Podría decirse que la historia de su vida está grabada en su cuerpo”. Sempiterno. Hemingway no podría ser otra cosa. Pero era humano y entonces había cosas que lo entristecían mucho, por ejemplo, el hecho de haber matado a su gato después de que un chasis lo dejara tullido de dos patas. “Sé que te extrañaré. Extraño a Uncle Willie [su gato]. He tenido que dispararle a gente, pero nunca a nadie que haya conocido y amado once años. Tampoco a nadie que ronroneara en dos patas rotas”, le escribió con delicada caligrafía, en 1953, a Gianfranco Ivancich, su amigo cubano. Una vez, también por cartas, Hemingway admitió que había matado a alrededor de ciento veintidós prisioneros alemanes cuando era corresponsal de guerra. Faltaban ocho años para que el escritor se disparara en la boca, muy de mañana, bajo un cielo gris de invierno, mientras su esposa dormía en una habitación aparte. Hay antecedentes: su padre había sido suicida, y le seguían sus dos hermanos y su nieta. Una bonita familia de suicidas. Los gatos eran capaces de enternecer a Hemingway. Intenso, penetrante, indeleble. Se divorció tres veces. Se casó cuatro. Llego a detestar con intensidad a su madre. Llegó a odiar con arrobo a su padre. “Acaso Hemingway supo de un lazo primario. No será mentira o ficción eso de las peleas, de los padres autoritarios. Ese Ernest que incansablemente tenía que demostrar su condición de ser independiente no era el necesitado de un abrazo fraternal. Y a lo largo de esa vida… los hermanos, los hijos, los sobrinos, los nietos. Esos tíos imponentes y esas tías gordas e inquisidoras. La familia. La deuda pendiente. La obra sin terminar. La novela sin publicar. La hora del suicidio. La última copa de un whisky amargo. La familia”, ha escrito José María Gatti en su blog “La pipa de Hemingway”. Pero esta tarde, en la antesala de su casa que mira a un cachete de mar, Rufino Tume dice que el escritor fue un aventurero y no un viejo cincuentón maltratado por la vida.


No, eso no.


—Hemingway fue la persona más sencilla que llegó acá, la que más nos atendió, éramos como una familia. Le gustaba mucho el mar a Ernesto.


Rufino Tume se levanta del asiento y mira la noche fría. Dice que los recuerdos ya se le han agotado, y le creo: su mujer me mira como si me dijera basta. Tume avanza lento y se detiene en el quicio de la puerta, cruza los brazos, dice con la tranquilidad de sus ochenta años vividos: Como verás, es todo lo que te puedo decir.
 


—Para qué va a entrar, no ve que hay perros que pueden morderlo… si ya no hay nada.


El hombre —polo sucio, pantalón remangado hasta las rodillas— se pregunta para qué uno quiere entrar al Cabo Blanco Fishing Club, donde hace cincuenta y seis años se hospedó Ernest Hemingway y todo el firmamento artístico que alumbró la fama de la playa. Son las nueve de la mañana; es junio. La mayoría del pueblo acaba de salir de la capilla donde se ha celebrado la misa de domingo, y más bien en este momento, en la puerta de entrada a la construcción de estilo europeo —un gato y dos perros duermen adentro con la delicadez de burócrata—, las palabras del guía parecen sacadas de un evangelio.


—Para qué, si ya no hay nada.


Caminar. El edificio se levanta en una montaña de tierra reseca, y para llegar hasta allí –acá– hay que caminar unos quince minutos desde el centro de Cabo Blanco, pasar la garita de control donde un solitario uniformado suda, soportar el viento que eleva la tierra inquieta y el sol mantecoso que parece hacer hendeduras en los cerros. Subir a pie es un ejercicio trabajoso.


En el edificio, la luz llega a chorros como una oleada, y tras la mampara del ventanal, el mar huraño parece un cuadro pintado al óleo. El paisaje aún es armonioso al frente de este club acabado. Las cifras lo dicen: en su palmarés pesquero, el club coleccionó marcas extraordinarias, nombres de adinerados, y un historial donde se registran peces que superan las mil libras —Cabo Blanco es el único lugar en el mundo donde se han pescado tres merlines de más de mil 500 libras—, y una réplica de esos ejemplares fabulosos se exhiben, como prueba de un pasado optimista, en el Museo Smithsoniano de Boston. En los tiempos gloriosos, Fishing Club tenía a disposición cuatro embarcaciones; Miss Perú, Miss Texas, Pescador II, y Pritel, así se llamaban. La vez en que llegaron y cuando la playa al fin sería puesta ante los ojos de todo el planeta, Hemingway y Mary Welsh pasearían en Miss Texas y Pescador II, respectivamente.


Hoy, cinco décadas después, el paso del escritor es absurdo: el Cabo Blanco Fishing Club no está reconocido entre los hoteles del mundo que él santificó. Ni como Casa Burguete —donde estuvo sólo unos días hospedado—, ni como en Pamplona —donde hay un monumento de piedra en su honor y un escritorio suyo—, ni como en su casa de Key West, en Florida —donde sus gatos pueden ser vistos por los turistas mientras se pasean conociendo más sobre la vida de su dueño—, ni como Floridita o La Bodeguita del Medio —los templos de turismo habanero santificados por el escritor—, el Fishing Club es tan conocido en el mundo. Entrar aquí, una mañana cualquiera, es como visitar una casa de terror –de noche debe parecer un lugar con efectos paranormales–, el viento zumba como una abeja revoltosa, el piso es pura loseta rectangular de madera carcomida. Como si fuera tanto después de todo, se sabe que en la habitación cuatro, Hemingway y su esposa se hospedaron. En ese cuarto de conjuros amorosos, un olor a naftalina, el de las cosas antiguas, se ha empapado en lo más profundo. Hay un closet, un baño, una habitación grande cubierta de paredes blancas y decrépitas que alguien se encargó de pintar después de que el Fishing Club fuera, alguna vez, color crema. Hay también estanterías llenas de polvo. En una esquina, adherido a la pared, asoma un recorte de periódico escrito en francés, un mueble, una botella empolvada que no es de la época, y una barra donde ya nadie toma ni llega. Donde ya nadie llegará. Y así, en ese estado, la construcción se vendió. Y así, en ese estado, la construcción es motivo de un papeleo interminable.


¿Cuánto pudo haber costado el Fishing Club? Rodrigo Villegas Rati no tendría por qué aparecer en esta historia si es que hace unos años no hubiera comprado, al menos, este templo hemingwayano. El guardián solitario dice que ha habido un juicio de por medio, problemas, más problemas, y mejor no sigue.


—Yo tampoco quiero ganármelos, por eso a mí no me pregunte nada, yo no sé nada— me dice el guía con una breve sonrisa. Él es un varón delgado de ojos diminutos y bigote poblado, que llevaba un palo entre sus manos a manera de bastón. Fishing Club no es un museo pero hay un guía, y ese guía ni siquiera sabe que la playa, como el sol que se refleja en el mar, también tuvo su cénit. Y el ocaso.




Un día llamo por teléfono al nuevo dueño del Fishing Club. Rodrigo Villegas Rati contesta presuroso y atento, buenos días, cómo está, saluda cordialmente, y dice que la conversación sea rápida, por favor. Le pregunto —rápido— por qué compró ese hotel, algo que bien puede ser un museo o el testigo palpable de los tiempos pasados de Cabo Blanco o más bien, algo específico, un homenaje a Hemingway y todo el estrellato que visitó la playa. Villegas Rati quizá sonríe al otro lado del teléfono; me dice, brevemente, rápido, como quiere que sea esta conversación.


—Yo no voy a hablar de eso.


Y eso es todo. Y entonces Villegas Rati cuelga un día de 2012, otros tiempos, sesentaiún años después de que se fundara ese círculo selecto de aficionados norteamericanos que era el club de pesca de Cabo Blanco. Si dando una revista al pasado se construye el provenir, se diría que en el primer piso de este hotel, levantado sobre un terreno cedido por la Lobitos Oild Company, una empresa extractora de oro negro en el Perú, hubo una piscina nutrida, ahora sin agua y llena de polvo. La mesa donde se servía el whisky también está bajo años de olvido. De la administración solo quedó un mueble color nogal que mira a una sala donde alguna vez bailaron famosos artistas. Donde debería estar un merlín negro disecado de casi cuatro metros, la réplica del animal que capturó Alfred Glassell Jr. en 1953, no hay nada. En ese bajofondo sólo queda la sonrisa del guía solitario, los rayos del sol que se cuelan por un gran ventanal, y un aire agresivo que ingresa para refrescar las habitaciones del Fishing Club, lo que mal queda de los años de gloria.
 

Si hay un seguidor empedernido de la obra y vida de Hemingway, él es José María Gatti, un periodista y psicólogo argentino de calvicie no tan avanzada, cabellos blancos y brillantes, como escarcha en las sienes, y barba al estilo Hemingway. Él es también especialista en la literatura norteamericana —entendido en la vida de Hemingway—, y alimenta el blog llamado La pipa de Hemingway, ahora convertido en un libro de antología. Para un seguidor empedernido, en este caso, su labor es muy específica: intenta rastrear, por debajo de las piedras, aquellos retazos de vida —desconocidos y no— de este escritor, de modo que se den a conocer al mundo. Cualquier detalle es importante para un estudioso como Gatti: un detalle minúsculo, incluso, puede ayudar a comprender mejor la personalidad de las personas.


Desde sus desvaríes amorosos hasta sus obsesiones, desde sus tristezas hasta sus placeres y vicios más recónditos, Gatti se ha encargado de reunir la vida de Hemingway en una bitácora impresionante. Un día, el estudioso me escribe al correo: “Después de 50 años, decían que el Fishing Club iba a ser remodelado. Justo el año pasado nos reunimos en Lima un grupo de investigadores hemingwayanos y realizamos un encuentro que se llamó El mar de Hemingway. En esa oportunidad estuvimos con los dos únicos periodistas que entrevistaron a Hemingway en Cabo Blanco”, decía Gatti. “Al congreso asistieron estudiosos de Argentina, España y Perú, y se organizó por los cincuenta del suicidio del escritor y los cincuentaicinco de su visita al Perú”, decía, y, aunque estaban escritas, las palabras de Gatti se dejaban escuchar con agrado.


José María Gatti, que ha visitado los lugares donde pisó el escritor, no conoce aún el Fishing Club. Y entonces esas palabras de esperanza —que iba a ser remodelado— suenan lejanas. Para entender el motivo del congreso, había que viajar a la mañana de abril en que Hemingway aterrizó en Talara. Ese día estaban esperándolo una fila de periodistas: Hemingway llamaba la atención desde su nombre. Tres de los periodistas, encargados de contar la historia con filtro a sus pasiones —Manuel Jesús Orbegoso, del diario La Crónica; Mario Saavedra Piñón, de El Comercio; y Jorge Donaire Belaúnde, de La Prensa— estaban conmocionados y libraban la batalla de obtener una declaración, una declaración del Nobel de Literatura. Eran apenas unos veinteañeros iniciados en el oficio, y habían sido enviados para cubrir todo lo que iba a suceder en la playa. Era todo un acontecimiento. De ese encuentro ellos escribieron varios artículos y algunos de ésos son parte de un libro llamado “Reportajes”, donde Jesús Orbegoso reúne sus mejores crónicas. Por supuesto, está la de su encuentro con el escritor. Mario Saavedra Piñón también los reunió en su libro “Hemingway en el Perú”, un compendio que incluye fotos inéditas de Hemingway en Cabo Blanco: la llegada y la travesía.


Ambos, Orbegoso y Saavedra Piñón, asistieron al congreso del que hablaba Gatti.


El estudioso recuerda que al final de las pláticas, como una claudicación de ensueño, todos los reunidos pasearon en Miss Texas. Y cuando se habla de esta embarcación en que estuvo el escritor, las luces de esperanza vuelven hacia Cabo Blanco. Miss Texas aún se menea en el mar del Callao, en el Yacht Club Peruano, pero pronto regresará a la playa gracias a una jugosa inversión del Grupo Inkaterra, porque para volver a convertir a Cabo Blanco en un posible destino turístico mundial, los empresarios deben ser creativos, de modo que esa cadena de hoteles ofrecerá paseos en la embarcación de Hemingway, blanca, majestuosa, con una salita color nogal que parece de juguete. Inkaterra, un emporio comercial grande y confortable, ha invertido alrededor de cuatro millones de dólares para la construcción de este hotel con circuito de turismo incluido.


Pero pese a todo, igual queda la desgracia.




Muchas celebridades visitaron el Fishing Club de Cabo Blanco hasta que cerró sus puertas, en 1970, debido a un clima político hostil y un cambio en la corriente de Humboldt que afectó negativamente a la pesca. Tal vez a esa falla natural se deba la maldición que cayó en la playa: ahora sólo la visitan los surfistas en épocas muy marcadas del año, y es poco usual ver a algún bañista tostándose al sol. Hubo, al parecer, un intento en 1986 para reabrir el club. No se concretó. De modo que hoy la construcción se sienta sola y en mal estado.


El guía del Fishing Club se ubica en una esquina de la pared. Le digo que eso es todo, que gracias, que ya no hay más que ver, que finalmente tenía razón. Ayudado por el palo, da uno, dos, varios pasos hacia la puerta vieja; se desprende las gotas de sudor que trotan en su frente, y una vez que todo está cerrado, como si hubiera algo de valor por robar aquí, el guía se pierde entre los blancos arenales de la playa. El mediodía soleado arrasa con todo. Pero igual queda la desgracia.
 

Dentro de unos minutos, Máximo Jacinto Fiestas va a mostrarme un patrimonio familiar que ha guardado con recelo todo este tiempo. En su casa de los cuadros y diplomas, él frota, lentamente, su rodilla derecha. Esta mañana despertó con un dolor repentino, y le asusta: a sus 89 años esto puede ser fatal, piensa, pero Hemingway ya tenía algo así como una regla: “Mantén tu cabeza despejada y aprende a sufrir como un hombre. O como un pez”. Él, que fue pescador, sufre como puede. Hemingway no. Un día le preguntaron cuál había sido el logro más grande de su vida, y él dijo sólo dos palabras: “Haber durado”. Eso y nada más. Durar. Flotar en ese mar lleno de adversidades que era el mundo. Hemingway, hombre complejo y temeroso. Hemingway, hombre sensible y bonachón. Hemingway, el bipolar.




Esta tarde, Máximo Jacinto Fiestas recuerda que el último día que el escritor estuvo en Cabo Blanco, organizó una fiesta para todos los que lo habían acompañado durante su estadía. El festejo se realizó en el Fishing Club. Máximo Jacinto, Pablo Córdova, Rufino Tume y algunos pescadores más, fueron bien vestidos y con sus esposas. “Bailamos bastante”, dice Jacinto Fiestas. Hemingway tomó mucho whisky, pero eso ya no les sorprendía. Días antes, los periodistas que lo acompañaron le regalaron una botella de pisco donde habían escrito una carta que decía: “Mientras lloren las uvas, yo beberé sus lágrimas”, y un poco más abajo firmaron los tres reporteros. Hemingway, al otro día, les dijo: “Yo beberé estas lágrimas y después guardaré la botella”. Hemingway, el irónico y el amable. Hemingway el ingrato y el agradecido.


—De nosotros también se despidió: nos dio la mano, nos agradeció mucho Ernesto; también su esposa— dice Jacinto Fiestas y se queda mirando las imágenes con una prolijidad única. Afuera, las barcas siguen meneándose sobre el mar de Cabo Blanco, y los pelícanos y unas aves blancas vuelan en un cielo matizado en amarillos, lilas, naranjas bajos.


Un día de noviembre, mientras hacía esta investigación, recibí un mail de José María Gatti: “Hemingway tenía una profunda ironía y se reía permanentemente de la muerte. En verdad, esta forma de actuar enmascaraba su gran miedo a perder todo lo que había logrado. La muerte para Ernest era un hecho natural vivido intensamente desde su niñez. Uno siempre debe buscar en Hemingway el otro lado de las cosas. De esta manera se entienden sus actitudes”.


Había que tomar en serio las palabras de Gatti, después de que se había escrito mucho sobre esta visita. Había, ante todo, que ver lo otro: la comparación de un Hemingway desligado de la naturaleza, con el que estaba rodeado de ella. Del mar.


Ese día de despedidas, nadie se había dado cuenta de su personalidad enmascarada, ni mucho menos se sabía que para entender a Hemingway, como dice José María Gatti, hay que verlo desde otro ángulo. En la despedida de Cabo Blanco, los pescadores se estrechaban la mano con él, se abrazaban, hacían sonar las copas de whisky al momento en que brindaban, y nadie podía imaginar que cinco años después, el escritor se suicidaría de un balazo contundente. Era una fiesta y entonces no había motivos para pensar en la muerte, para qué. En la vida de Hemingway, todo es impredecible. Unos días después de su suicidio, el 2 de julio de 1961, en medio de la hojarasca del cementerio de Ketchum, donde reposan sus restos, alguien mandaría a escribir la frase que él quiso que pongan en su epitafio. Esa frase, más que un recuerdo, es el consuelo de haber dado batalla a una vida de asedio: “No me despierten —dice la lápida— porque estoy dormido”.


Pero ahora el hijo de Máximo Jacinto Fiestas, un hombre de rizos sueltos y abdomen abultado, se acerca a entregarle unas cañas de pescar que son, en realidad, un palo delgadísimo pero lo suficientemente resistente para sostener un pez pelágico como el merlín. Están bien conservadas para lo que sirvieron. Son las mismas cañas con las que su padre salió a pescar con Hemingway, y otros pescadores de altura que habían llegado a la playa desde el otro continente, como dice él. En la sala, la televisión sigue transmitiendo el partido de fútbol. Y a un costado, en el catre esponjoso, Máximo Jacinto Fiestas se olvida por un instante de su dolor en la rodilla derecha, se asegura de que el nylon de la caña no se enrede —una pieza como esa es un patrimonio familiar—, y suspira bajo la tarde amarilla de Cabo Blanco:


—Cójala. Cójala así.



LUIS PAUCAR TEMOCHE. Estudiante de Comunicación de la Universidad de Piura. Lee, escucha música, baila y escribe. Hace cuatro meses viajó a esta playa para seguir los pasos de Hemingway y contar la maldición que allí cayó. Vive en Piura, Perú.






LOS AMORES SIN AMORES

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  Las señoras de Hemingway de Naomi Word es un texto que en lo personal no me agrega nada. No digo esto con jactancia, simplemente para los que conocemos la vida de Ernest, ésta es una historia repetida. Claro que para los editores y Jon Day del The Telegraph esta obra es “meticulosa, imaginativa y cargada de emoción”, y remarcan: “Las señoras de Hemingway es más auténtica que la mayoría de las biografías”.
  Como vemos para vender a Hemingway siempre el ingenio está a prueba. Sabemos de los amores volcánicos de Ernest, conocemos su fama de seductor enfermizo, podemos acordar que fue un amante desenfrenado, pero lo difícil de diagnosticar siempre será la vida íntima con sus mujeres más cercanas. Sus relaciones con las mujeres fueron difíciles. A algunas sacó de quicio y otras a él le hicieron exactamente lo mismo. Fue Ernest Hemingway un hombre complicado que esperaba del otro sexo mucho más de lo que recibía, quizá porque mientras deseaba un matrimonio feliz y ordenado, se soñaba envuelto en un harén.
  



  Hemingway, así, fue un amante y esposo de tiempo completo y tuvo, sucesivamente, cuatro esposas. Dividida la obra de Naomi Wood en cuatro partes, que se corresponden con los años de juventud del escritor norteamericano y con su lento declinar hacia una depresión devastadora, en Las señoras Hemingway la autora compone una novela polifónica y de tono coral donde la voz de estas esposas recrean, de manera emotiva y vivaz, escenas de la a veces difícil vida conyugal  que disfrutaron junto al escritor.
   Así era el paraíso según Hemingway, un hombre que no quería renunciar ni a la comodidad del hogar ni a la diversión de una aventura. Por eso se casó cuatro veces y se vio envuelto en varios triángulos amorosos donde la pasión tarde o temprano dejaba paso al dolor. Primero vino la dulce Hadley Richardson (1921-1927), de quien se divorció en el París bohemio de los años veinte. Luego Pauline Pfeiffer (1927-1940), más tarde se abrió paso a la intrépida periodista de guerra Martha Gellhorn (1940-1945) y finalmente Mary Welsh (1940-1961), la reportera que acompañó a Hemingway durante sus últimos años. Trenzando estas cuatro voces tan próximas al gran escritor, Naomi Wood retrata a un hombre que sabía seducir con las palabras pero era reacio a pactar con la realidad de un amor de muchos días.



    Hace ya unos años se publicó un libro titulado La buena vida según Hemingway, de su buen amigo A. E. Hotchner, que nos acerca a su sentido hedonista de la existencia, y particularmente a su pasión por las mujeres que definitivamente nunca entendió, y que sobre todo le desconcertaron.
    En la obra aparecen una serie de reflexiones en las que intenta demostrar que conoce a las mujeres, pero que en el fondo demuestra su desconocimiento. Como ésta en la que dice que “lo que hace que una mujer sea buena en la cama es lo que la imposibilita para vivir sola; a las fuertes les gusta vivir solas: incluso cuando viven con un hombre están viviendo solas”. O esa otra no menos desconcertante: “Poco sexo es que las tienes olvidadas; demasiado es que estás obsesionado; Jesús, los hombres deberían recibir una lectura actualizada de los ánimos femeninos (…) Pero no intentes encontrar una mujer fácil: te matará de aburrimiento”. Y aún esa tercera no menos sarcástica que sugiere vileza: “Cuando una mujer siente alguna culpa, tiende a liberarse de ella echándotela encima”. Al menos hay un pequeño acto de generosidad en la sentencia que resalta: “La única cosa constructiva que he aprendido sobre las mujeres es que no importa cómo se hayan vuelto al final, debes recordarlas sólo como fueron en su mejor día”.






   Hemingway amaba la estabilidad del matrimonio. Como escritor, se encontró con que sus nervios estaban más tranquilos al saber que había alguien allí para protegerlo del mundo. Pero su escritura se vio impulsado por la emoción, así que él también necesitaba la novedad de otras mujeres. Y él no se sentía en la obligación de conciliar estas contradicciones. En una ocasión le dijo a F. Scott Fitzgerald que su visión del cielo comprendía dos casas hermosas en la ciudad, uno que contiene su esposa e hijos, donde iba a "ser monógamos y amarlos verdaderamente y bien", el otro "donde yo tendría mis nueve hermosas amantes en nueve plantas diferentes".





  Hemingway fue "un hombre de muchas mujeres", cuatro sólo para la estadística. Durante los 40 años transcurridos entre su primera boda y su prematura muerte en 1961 él también acumuló un buen número de amantes, debido a su magnetismo irresistible. En esta obra de ficción, nos encontramos con sus cuatro esposas obedientes, cada uno pensando que iba a durar para siempre...hasta que llegó la siguiente.

 



   Si ustedes no sabe nada acerca de Ernest Hemingway, su vida, obras o desaparición, este es un adecuado libro para iniciarse como hemingwayano. A veces me pareció muy lento  de ritmo y tuve que parar y comenzar de nuevo. Una vez que empecé a verlo más como una historia novelada me convencí que era bueno envolverlo en un toallón y llevarlo a la playa. No tomen esto como una crítica despiadada. Hagan su propia experiencia y después sigamos hablando del siempre seductor Ernest Hemingway.




En el momento de cerrar estas líneas recibo la noticia del desbloqueo a Cuba. Pensé en Hemingway y esa desdichada fuga de la isla. El tiempo ha dejado cicatrices y huellas. La vida es un viaje.









MUY FELIZ AÑO 2015



EL CUENTO DE LOS SUBMARINOS

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  La fama de mentiroso siempre acompañó a Hemingway. Estaba claro que a Ernest le gustaba jugar y gozaba con las confusiones y desmentidas. Era una de las múltiples caras que el norteamericano utilizaba para estar en las primeras planas de los diarios o en los chistes baratos de sus colegas.    




 Cuando se hablaba de los submarinos alemanes que merodeaban las aguas caribeñas, el viejo barbudo reía y trataba de crear cierto misterio cómplice. ¿Hubo submarinos alemanes en la cayería de Romano a principios de 1942? El novelista, por entonces, había mantenido una serie de reuniones con funcionarios estadounidenses en La Habana y acordado planes y proyectos que finalmente se desestimaron, aunque sí aceptaron los representantes del gobierno que comenzara a prepararse su embarcación para navegar en las costas de Cuba buscando submarinos. ¿Locura, estrategia militar, servicio secreto, placer guerrero? Lo concreto fue que el Pilar entró en los astilleros de Casablanca y se le incorporó dos nuevos motores para agilizar su movimiento, pero no prosperó el deseo de Hemingway de colocarle sobre la cubierta dos ametralladoras calibre cincuenta y mamparas de acero. Con toda la artillería -fusiles antitanques, granadas, armas cortas y largas, planta transmisora- Hemingway y sus muchachos pasearon dos años por la cayería de Romano. 








 Enrique Cirules, un especialista cubano sobre éste y otros temas relacionados con la vida de Hemingway,  revela que:  Tan pronto como se supo que los submarinos alemanes habían hundido a dos mercantes frente a los cantiles de Romano, Hemingway, con su yate, y aquel selecto grupo de amigos, dejó el extremo occidental de Cuba, los accesos al golfo de México, el estrecho de la Florida y la corriente que se desliza frente a las costas de La Habana, para internarse una vez más en aquellos parajes que había explorado desde principios de los años treinta.
  Esta vez, al llegar a la cayería de Romano, conoció en detalle todo lo que había ocurrido: los barcos iban navegando de noche y fueron sorprendidos por los golpes de los torpedos. Los submarinos ya se encontraban allí, en la zona. No se trataba de un rumor, ni de imaginería de los viejos pescadores de la comarca.







   Los tortugueros afirmaban que en ciertas noches los submarinos alemanes se acercaban al cantil, a los sitios donde los pescadores calaban sus redes, sobre todo en la zona de Sabinal, Paredón Grande y cayo Coco.
  Los submarinos también habían sido vistos navegando en la superficie, a la luz del día. Se sabía que sus tripulaciones a veces bajaban a tierra, en busca de agua potable, en las casimbas, y que habían visitado las playas de los alrededores y las cercanías de la Isla de Turiguanó; y que en una mañana luminosa, desembarcaron por los morros de cayo Coco, para internarse por antiguos senderos de corsarios y piratas, y que estuvieron cazando flamencos y venados, y recogiendo plátanos y viandas en los plantíos de un solitario carbonero.
  Existen muchos rumores. Se hablaba de continuos viajes realizados en balsas de goma. De operaciones para recoger bidones de gasolina y comestibles en la costa: y de reuniones con ciertos personajes que se introducían por aquellas intrincadas costaneras en lanchas y goletas, con el fin de establecer conversaciones con los submarinistas alemanes.
   Se comentaba todo eso; pero después de la noche del 12 marzo nadie tuvo dudas de que los submarinos habían comenzado a operar. La noticia se supo de inmediato, cuando todavía los buques se encontraban ardiendo. Se podían observar en la distancia, desde la colina del cementerio de La Gloria City. Desde Port Viaro, Columbia o Piloto City, se notaba con nitidez todo el litoral. Esa enorme espacio luminoso, a causa de los estallidos de los torpedos.
…En los meses en que Ernest Hemingway permaneció en la cayería, se estuvieron realizando también algunas prospecciones petroleras cuyos resultados nunca fueron conocidos. Los pozos eran sencillamente sellados. Años más tarde, algún que otro furtivo cazador, rastreando alguna pieza, afirmaba haberse encontrado, entre la hojarasca, en medio del monte, alguno de aquellos sellos que echaron las compañías petroleras en la zona.
…Entre otras muchas fotos, papeles y cartas, este viejo documento ahora se guarda en los archivos de Finca Vigía. Está fechado el 18 de mayo de 1943, a los pocos días de haber sido hundidos “El Mambi”, el “Nikeline” y el submarino alemán capitaneado por el comandante Dierker.






Favor de dirigir su respuesta a:
Oficina del Agregado Naval y Aéreo
Embajada Americana
Habana, Cuba
18 de mayo de 1943


A quien pueda interesar:
    Al mismo tiempo que se dedica a la pesca de especies para el Museo de Historia Natural, el señor Ernest Hemingway, en su yate Pilar, realiza ciertos experimentos con aparatos de radio. Este *Agregado Naval se encuentra al corriente de esos experimentos; se hace constar que todo está *arreglado y que estos no son subversivos en ninguna forma.


Hayden E. Boyden
Coronel, U.S Marine Corps
Agregado Naval de los
Estados Unidos
Embajada Americana

*Las palabras Agregado Naval y Arregladoestán subrayadas en español en el documento original.

Hemingway en la cayería de Romano - Enrique Cirules - Editorial José Martí/1999.


  Como siempre el Hermingway aventurero estaba donde se producían los hechos y así fue su destino.


RICARDO KOON Y EL ÚLTIMO LEÓN

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 Hace tiempo que Ricardo Koon viene luchando con la publicación de su libro. En más de una oportunidad hablamos de la dificultad para llevar a cabo esta tarea. Sin embargo, hoy podemos decir que tanto esfuerzo tuvo sus frutos y un volumen de mil páginas está a la consideración de todos nosotros. Es importante destacar que el sacrificio le llevó a Ricardo más de 40 años, toda una vida dedicada a Hemingway. A los hemingwayanos que seguramente estarán con ganas de conocer estas páginas los invito a contactarse con el autor.
  Lo que sigue es el prólogo de su obra que gentilmente Koon nos autoriza a publicar como adelanto.




 Vi el filme El viejo y el mar, protagonizado por Spencer Tracy cuando cumplí
diez años de edad, y mi padre me compró el libro tiempo después.

  Cuando fueron pasando los años sentí una deuda con ese viejo pescador de
cuya vida no sabía nada. Viajando un día a La Habana/Cuba, entré en el
mundo de Gregorio Fuentes, quien junto con el periodista Fernando González
Campoamor, me llevaron por ese hilo de historias de los momentos que
vivieron junto a Papa Hemingway.

  Aunque algunos hechos sean dolorosos, en este libro traté de contar la vida
de Ernest Miller Hemingway como si fuese él mismo el narrador; con tanta
exactitud y honestidad como fuese posible. Tomando referencias de sus
trabajos periodísticos y literarios; revisiones de cartas, apuntes y aportes
documentales de otros investigadores y testimonios circunstanciales,
puntuales o de momento, de aquellos que lo conocieron, cuyos nombres y
algunas obras figuran al final de este libro.

  Es un volver a recorrer los caminos por los que Hemingway peregrinó con esa
profunda disposición a la vida intensa. Esa vida que él vivió y terminó a su
manera. Esa vida que importa porque su obra importa y no tiene sentido
pretender que ambas cosas no estén relacionadas aunque no es mi interés,
en este volumen, el realizar un estudio minucioso y completo sobre sus
obras. La negativa de Hemingway a trazar una línea entre su vida y sus libros,
entre el actor y el espectador, fue el manantial de su fuerza, pero también
fue el motivo del ocaso de sus escritos en los últimos años.

  El carácter y la historia personal del escritor influyen sobre lo que escribió y
cómo lo escribió, y cuanto más se sepa sobre su vida, mejor podremos
comprender su obra. Y si de literatura se trata, siempre estará él. No por ser
el mejor, simplemente porque es ¨Él¨.

  Como mencionó James Joyce: Es un campesino grande y poderoso, tan fuerte
como un búfalo. Y listo para vivir la vida sobre la que escribe. Nunca la
hubiera escrito si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla. Pero los gigantes
de esa clase son verdaderamente modestos: hay mucho más detrás de la forma
 de Hemingway que lo que la gente cree.





  Detrás de todas las máscaras -sus poses, sus arrebatos de agresividad, 
y sus cambios de personalidad por su bipolaridad-, existió un Hemingway que buscó
sobrevivir, y protegerse a través de su capacidad de creación literaria.

  Siempre fue un hombre abierto en sus expresiones, hayan sido o no
correctas; manteniéndose al margen de organizaciones políticas. Fue un
constante trabajador, y admiraba y respetaba todo trabajo bien hecho;
amaba la justicia y detestaba el abuso. Fue honesto en su profesión y -como
algunos de sus personajes-, estableció un código ético personal sobre la base
del honor, la verdad y la lealtad. Pero al final, el código le falló en estos tres
puntos, y más grave aún, sintió que le estaba fallando su arte. Aunque tuvo
algunas fallas como todo ser humano, hubo algo que nunca le faltó:
integridad artística.

  Este libro autobiográfico es una amplia investigación de hechos
documentados y no documentados (fechas, comprobación y verificación de
hechos), realizada durante los últimos cuarenta años; basada en la idea de
que éstos hablan por sí solos si se presentan con suficiente detalle,
concentrándonos en la ¨vida pública del biografiado¨ e intento transmitir una
idea del ser humano que hay tras esa máscara pública: ver el mundo a través
de los ojos de Ernest Hemingway y de transmitir esa experiencia al lector. Y
entender su vida, aunque más de una vez se encontrarán piezas o fechas que
no encajen.

  Siempre que me fuese posible, dejaré al escritor, a su familia o a sus amigos
contar sus propias historias, citando o parafraseando palabras.

  Hemingway luchó para imponer su ficción logrando convertirla en realidad,
pero no pudo superar su propia victoria y se derrotó a sí mismo. Cuando ya
no pudo escribir, producir alquimia y misterios en sus relatos; ¨sentía la
soledad de la muerte que viene al final de cada día perdido en la vida¨, la
única alternativa que le quedó fue el silencio.




  Aquella madrugada de verano, cuando puso fin a su existencia; Hemingway
no sólo se mató como correspondía a su vida y sus obras; sino de la única
muerte posible para él: su experiencia, sus escritos, su existencia y su esencia
se hicieron una.Se mató mucho, me dijo una vez mi amigo, el escritor
argentino Osvaldo Soriano, y la eterna puta -como Hemingway definía a la muerte-, ganó
finalmente la partida.

  Otro hemingwayano ¨frustrado aventurero que nunca se animó a largarse
por el mundo¨, el escritor Haroldo Conti, mi profesor de la Universidad en los
años setenta y desaparecido durante la dictadura militar argentina, con
quien discutí la teoría de Hemingway según la cual un relato debe ser como
un iceberg, con tres cuartas partes de él sumergida, me dijo que había hecho
suya una frase del escritor: El talento reside en cómo uno vive la vida. Así
pues, para hablar de su vida, inevitablemente debo comenzar con su muerte.

  Muchos periodistas crearon una imagen falsa de Hemingway y él los ignoró.
Fue un hombre sencillo que respetó la verdad, las cosas simples y la
honestidad. Un hombre que comía y bebía más a gusto en compañía de
pescadores, boxeadores, jugadores de béisbol y gente común, que con
escritores o intelectuales. No fue ninguna excepción, tuvo muchas fallas y
virtudes como cualquier otro ser humano. Se enfrentó permanentemente a
su imagen en el espejo, y cuando ya no pudo seguir haciendo las cosas que él
quería… cazó al último león.

  Hemingway dijo que para él no existía sino una manera de explicar las cosas:
decir toda la verdad acerca de ellas, sin callar nada; decir al lector la manera
en que todo sucedió realmente, el éxtasis, el dolor, el remordimiento y el
estado del tiempo, y con un poco de suerte, el lector logrará llegar al centro
mismo del asunto. Así pues, como mencionó Aarón E. Hotchner en su libro
Papa Hemingway, es lo que trataré de hacer, sin callar nada, y tratar de
acercarme al porqué.



  A cincuenta y cuatro años de su muerte, sigue siendo imposible separar la
vida de la obra de Hemingway sin tener presentes los hechos principales en
su biografía: el hombre se hizo inseparable de su leyenda.

  Habrá mucho material que tal vez no fue tenido en cuenta en biografías
anteriores, y con esto se justifica la redacción de una nueva; aunque una
montaña cargada de documentos no bastaría para hacer una buena biografía
si sirviera solo para enterrar el tema bajo montones de datos.


Ricardo A. Koon /  caeventur@gmail.com

MINIRRELATOS HEMINGWAYANOS

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  Para recordar a Hemingway no se necesita un mamotreto de 5000 páginas.  Si nos atenemos al código de la frase corta y directa, nada mejor que incursionar en el microrrelato. En rigor, hoy la literatura que cada vez más avanza hacia esos insoportables 140 caracteres, nos obliga al desafío de ser expertos en pocas palabras. David Lagmanovich sostiene: “La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre minificción. Aunque la brevedad no sea, no con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración.”
 
  “Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar “breve” un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente –y con mayor razón- algún texto de extensión aun menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos.”



  Desde esta perspectiva, la idea de homenajear a Hemingway a través del microtexto, es una idea sumamente valorable y, en ese aspecto, reunir 150 relatos hiperbreves una aventura que a los hemingwayanos nos llena de placer. Recibir entonces la expresión de 150 microrrelatos, agrupados en el Concurso de Narrativa. Homenaje a Ernest Hemingway, con motivo del 75 aniversario de la publicación “Por quién doblan las campanas”, organizado por www.artgerust.com, es una pincelada de felicidad emocional que deseamos compartir con todos nuestros amigos. El libro saldrá a la venta en los próximos días y nada mejor que contactarse con la editora a través de su página web. Como adelanto y para no quebrar el hechizo damos a conocer los ganadores del certamen y la nómina de todos los participantes.




Primer puesto: microrrelato ganador, premiado con 1 ejemplar de “Por quién doblan las campanas”, 1 ejemplar de la antología del propio certamen y un lector de libros electrónicos de última generación.

ESA TARDE

En el bar había únicamente una persona sentada en un rincón, con una botella de vino. Tom mencionó a Faulkner y a Steinbeck, y yo le hablé de Hemingway y su relato “Los asesinos”.
—El mejor —dije.
Al escucharlo, el hombre se acercó tambaleándose.
—¡Pero si es Andreson!, ¡Olé, Andreson! —exclamó Tom.
—¡Shhhhiiiiiii! ¡Callaos! ¡Qué sabréis vosotros!
—Hace mucho que no te vemos en el ring —continuó John.
—¡Shhhiiiiiiiii! Silennnnnciiiiiiiio. Ahora me llamo Joe. ¡Shhhiiiii! ¡Solo Joe! Me persiguen. Lo supe antes de que Nick me avisase. Y todo por ese asunto del combate amañado. Conocía a esos tipos. Su forma de vestir, su mirada. Los estuve observando antes de entrar. ¡Hip! ¡Valientes matones! Vi también cómo trataban a George y al negro. Eran unos estúpidos. Estaban allí hablando y hablando. Como fanfarrones. ¡Malditos! —dijo.
Después, hizo un gesto con la mano y lo vimos desaparecer en la oscuridad de la calle mal iluminada.

Autoría: alejandroseneca




Segundo puesto: premiado con 5 libros del propio certamen.

HEMINGWAY CLÓNICO. ESTANCIA EN EL MADRID DE FINALES DEL SIGLO XXI.

Mediodía. Intento editar un vídeo en la habitación del hotel. No cesan los gemidos de mujer procedentes de la estancia contigua.
Incapaz de terminar mi tarea, salgo al balcón. Afuera tiene lugar la enésima manifestación. Otras muchas se suceden. Las temáticas son variadas y diversas.
Enciendo el holovisor, asumiendo que hoy no subiré nada a mi Cuenta Social. El Presidente de la República da un discurso. Carente de ideas y vacío de contenido, como siempre. La comparecencia de la oposición no es más halagadora. Prosigue el noticiario con las declaraciones de un actor venido a menos. Duda de la veracidad de las imágenes del atentado yihadista de ayer y acusa al Real Madrid de estar detrás del montaje.
Apago en cuanto se produce el acalorado debate de “Generación Viceversa”. No estoy de humor para escuchar estupideces sobre tangas.
Sinceramente, no sé qué le vio mi antecesor a este país.
Nación cainita donde las haya, siempre abocada a la autodestrucción.

Autoría: javierzamora






Tercer puesto: premiado con 3 libros del propio certamen.

BALAS

—¿No os dan miedo las balas? —preguntó el periodista ruso.
—Qué va —contestó tomando una bala entre sus dedos y golpeándola contra su pecho varias veces—, nos da miedo la velocidad a la que vienen las balas.
Las risas resonaron en la cueva donde estaban apostados. Uno de los brigadistas tuvo que levantarse para aliviar la tos hasta la boca de entrada, aspiró una calada de su cigarrillo y lo arrojó entre los árboles, que permanecían húmedos después de la llovizna. Desde allí pudo contemplar el puesto fascista junto al puente.
—Es cierto, me han dicho que lo que da miedo es el sonido de las balas cuanto llegan —dijo el periodista, tal vez para demostrar que no se había enfadado.
—Si oyes el silbido de una bala es que ha pasado de largo y sigues vivo. Procura escuchar las balas.
Los rostros de los brigadistas tomaron un aire solemne. Quedaron en silencio contemplando el suelo.





Autoría: juanillo




acajigas, Un daiquirí y unas láminas fritas de plátano
adolfomarchena, Cuba era una fiesta
aguajilva, El sacristán y el señor Hemingway
akashavalentine, Café des Amateurs / Nota al pie de página
albym19232426, Doblan por ti
alejandroseneca, Esa tarde
alfredo, Hemingway con los chicos del barrio
alvparalv, El repicar de la trucha arcoiris de Lewiston
anagavila, El pescador
annadarvulia, El tablao flamenco / El sueño
antonioverne, Cierto día… alguien llamado Ernest
antorgar, A REBATO
aquarius, Armas fugaces
araarceo, De oficio: escritor
arnauld, Viejo Perdedor
asfare, Perdón
aw1s, El joven y el mar
barata, En aquel Gran Hotel
beatrizmenendez, En blanco
beatrizvillar, Que las campanas doblen por el amor
bluebell, En las trincheras
brempa, Colinas como el infeliz Francis Macomber
bsfernandobarba, San Fermines
caramela, Sin retorno
carma, El viejo y el mal
carorpar, Bebimos a la salud del difunto Ernie
ccharly, Duelo de vasos / No es cuestión de suerte
cefe, Pesadilla
cesaralberto, El pescador de estrellas
chamulano, Nieve de metralla
chencho, Hemingway
ciomerco, Tarde de toros
cloudandstar, Hadley, Poulin, Martha… y Mary
cobalto, La mar de viejo
consai, Recuerdos
coraza, «Absentoso» relato
damaris, Mi compañero de sueños
danzante, Ahora vuelvo
deividdigiel, El viejo
demayorescritora, La tormenta
druso, Ojos azules
elentedelpreventorio, ¡ ¡ E l E p i c e n t r o E n H e m i n g w a y ! ! / M o z o ” H ”
elorivelentopretende, Pugilato Del Señor
fausto, Delación
fernandogmaroto, Víspera
figurante, Por la Place Jules Joffrin
franja, Aguas primaverales en el jardín del Edén
franjavi, Últimas campanas
franlove, El final que antecede a la eternidad
florgreen, Paris ya no es una fiesta
gabycrow, En un bar
gabyvaz, Me hubieras avisado antes de enamorarme del océano breve de tu prosa…
gatonegrodepoe, El día que soñé con Hemingway
georgina, Evocando el recuerdo
germanvalle, El puente
hamleto, Por ti
heartshapedcoffin, Corridas que nadie lo sepa
hagiasophia, Aerostación privada
helen, Luces y sombras, así pasa la vida…
herdagrio, Viajes de nostalgia
horizonte, El juego sin miedo
iossiffvanvalens, No mires atrás
jacobovalcas, Demonios
javierzamora, Hemingway clónico. Estancia en el Madrid de finales del siglo XXI / Hemingway clónico. Cibertoros en la Pamplona de finales del siglo XXI
johnargano, La gran pesca
johnnycito, Receta
jorgetimana, Un oasis en la Habana
jtj-san, Guerra I
juanen66, Diálogo
juan-fran, Ven a tomar un vaso de vino
juanillo, Balas
juingo, El duelo
kakos, Un buffet limpio y bien iluminado
kingm, Un Ataúd de Hielo
karmelosierra, Celebración sin sermón
lamangadelmarmenor, Mobiliario
laniñadeespuma, Brigadista
leandrorq, Made in Universe
lelio, Contendientes
lindastar, En la contienda
lolamoreno, The song of Death
lorenzodiscreto, Serendipia
luciodecirene, Disparos
luisahg, El pescador
luisalessandro, Las campanas doblan por él
pardi, El hálito del coraje
peru2015, El sueño del pez
pikadili, El hijo pródigo
macalvagan, Verdes colinas
marcinyuk, Dúo de insomnios (Ahora me acuesto)
marianelaalegre, 10% de inspiración, 90% de transpiración
maritetilves, Personaje desconcertado
marquesdeserrano, Escopeta Boss calibre doce
maruselatalbe, El anuncio
majemaca, Nacido escritor
mateorio, Tras los pasos de Hemingway
matices, El grito
mbadi, Domingo
midnightrider, Comeremos juntos en Teruel
minguez70, Homenaje a Ernest
mobyma, El hombre parecido a Hemingway
moonifang, Doble lectura
nadialee, Iruña
nikoprzewalski, Ernest
noctivago, El llanto del Sacré Coeur
noentiendonada, Amor y muerte
nosoyviral, Ella no lo sabe
nuriadeespinosa, El replicar de las campanas
odmienny, Actúa una mujer
ohladybegood, Una mariposa arde en la llama de la bujía
olivetti, Dos herramientas de trabajo
orwell, La isla
oso2000, No es mi guerra
pepesanchis, Carta a María
pequecuentista, El viejo, el pez, el mar y yo
pipin, Recuerdos de un muchacho
ponce, Hoja en blanco
relmu, Un iceberg entre la vida y la muerte
rexluscus, Trofeos
rguillenalonso, Una divertida paradoja
rick, La imborrable memoria de toda una vida
r.j.dani, Adiós al fuego
robertomonzo, Fiesta
rodrigoalejandro, El sendero del fin
sanymg, Muerte en la tarde
saudade1, Un merecido premio
semuret69, Balanza
sheirezade, La pregunta de lúgubre tañido
simonpablo, Fulano
soligarvi, El viejo y la mar
sombradenadie, Trofeos de Guerra
soniabelen, Delírio histórico
stenzes, El último combate
sylirama, El generoso Neptuno
targarian, Infierno
tioandres, ¿Estuve muerto?
tomicar, Un bourbon más
trinitypriest, Conciencia de propiedad
trynyka, Recoger calabazas
uutopicaa, Se fue
vigia, Campanas silentes
voila, Penurias
xabierlaganzua, El barbero de don Ernesto
zacakess, Sin lugar para los débiles
zariguella, Mac-Paps




Las características del libro homenaje a Ernest Hemingway son:

Antología de Varios Autores
Ilustrador: www.artgerust.com
Corrector: www.artgerust.com
Editor: www.artgerust.com
Referencia: Artgerust
Género: Literatura
Temática: Narrativa hispanoamericana contemporánea
Idioma/s: Español
Formato e ISBN: Rústica con solapas // 9788416371976
Editorial: www.artgerust.com
Prólogo de Ana Belén F. Peña, Editora de ArtGerust












LA HAMBURGUESA HEMINGWAY

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 Habiendo conocido la buena mesa de Ernest, a uno se le hace imposible pensar que Hemingway, alguna vez, soportara llevarse a la boca una hamburguesa. Quizás, en su temprana juventud, cuando los dólares no le llenaban los bolsillos, tuvo el deseo irrefrenable de consumir ese alimento que se popularizó como “comida chatarra”. Pero solo como tentación, por necesidad, no por placer No me olvido de aquella historia de las palomas doblegadas por su manos y escondidas en el cochecito del bebé, para luego consumirlas en el frío departamento de París, cuando todavía la vida le mostraba una cara romántica en el París era una fiesta que tanto recordaba.




 ¿Acaso ese hombre acostumbrado a la buena mesa y al alcohol exagerado no pudo permitirse el pecado de ser un norteamericano más? ¿Por qué no? ¿Quien en un acto de sabotaje alimenticio no se sentó en una de esas cadenas comerciales tan popularizadas y decidió incorporar sin ninguna culpa calorías y grasa pesada a su cuerpo?. Claro, después vino la educación médica alimentaria y nos llenó la cabeza con las prohibiciones, y cuanto más nos golpeaban con los peligros, más se consumía hamburguesas en todo el mundo.

 Sobre esta variedad de aglutinar carne molida con otros elementos, existen cientos de manuales y formar de elaboración. Desde sabores prohibidos a aromas tentadores, la literatura del medallón de carne desborda de datos, antecedentes y beneficios. A nadie se le ocurre que una hamburguesa te va a matar. Sin embargo, como un proyectil silencioso esa porción de veneno con el tiempo te pasa la factura y el hígado, ya cansado, te despide sin indemnización.




 En cualquier hogar una hamburguesa no debe faltar nunca en el freezer, porque como diría una experta en soluciones mágicas: “te saca del apuro”. Siempre me pregunté… ¿cuál es el apuro? Respuesta: mi tiempo. Bien, y así llegamos a la hamburguesa Hemingway según la receta del maestro, dato debidamente documentado por el maestro para que no queden dudas que el novelista también sabía tutearse con los platos económicos. Este cronista empecinado resolvió preparar ese plato con sus propias manos y lamentablemente debo confesar que la hamburguesa me cayó pesada. Sepan disculpar, nací en el país de la carne vacuna y nada suplanta a un bife de chorizo, que traducido al lenguaje universal se trata de una porción de carne tierna y sin grasa de unos400 gramosaproximadamente, cocinada a la parrilla o el asador. La denominación de bistec es más universal, más de gastronomía extranjera; para los argentinos en cambio, el bife de chorizo es un clásico que se añora cuando dejamos estás tierras del fin del mundo. Volvamos a la hamburguesa, Hemingway tenía su receta y fue conocida como la “Papa’s Favorite Hamburger”. Aclara su autor: no hay razón por launa hamburguesa tenga que ser gris, grasienta, fina como el papel y sin gusto. A como están las cosas en la gastronomía, este especie de plato complementario no es otra cosa que un rejunte de carne picada de ternera, ajo en cantidad suficiente, cebollitas de verdeo finamente cortadas, huevo, salsa de soja y pimienta de cayena.




 La receta de la hamburguesa es uno de los papeles que la  John F. Kennedy Presidential Library and Museum  acaba de hacer públicos y que por vez primera se pueden ver fuera de Cuba. Hemingway vivió una gran parte de su vida en la isla, aunque murió en Estados Unidos. Tras el deceso de Hemingway en 1961 y aunque la prohibición a los estadounidenses de viajar a Cuba estaba ya activa, Mary Hemingway, consiguió un permiso especial para entrar en la isla y recuperar el archivo personal del escritor. El acuerdo cerrado con las autoridades cubanas fue que aquello que Mary no consiguiese sacar del país y de la casa pasaría a ser parte del patrimonio cubano. Entre las cosas que quedaron en Finca Vigía se encontraban numerosos papeles y objetos de la vida cotidiana del escritor, como la receta en cuestión.




 Mary Hemingway donó a la John F. Kennedy Presidential Library and Museum su archivo personal con todos los papeles que poseía del escritor y, en los últimos años, la biblioteca ha cerrado un acuerdo con las autoridades cubanas para la preservación y digitalización de la colección cubana. Es por ello que han publicado ahora en formato digital la receta de la hamburguesa y otros papeles asociados a la vida cotidiana del escritor.

 En la receta de “Papa’s Favorite Hamburger”  aparecen anotaciones de la propia Mary. Lo que no sabemos si ésta, alguna vez, se hizo cargo de la preparación o si degustó la famosa hamburguesa.




RICARDO KOON: EL ÚLTIMO LEÓN

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 Hace unos días finalizó la 41 Feria Internacional del Libro en Argentina. Más de un millón de personas visitaron sus stands y participaron de las actividades programadas. En ese marco donde los libros fueron los protagonistas, un hemingwayano se atrevió a presentar su obra; un libro escrito paso a paso, sin apuro, sin presiones de los editores, un texto elaborado durante 40 años. En verdad este no es un hecho para dejarlo de lado. Koon le dedicó a la obra los mejores momentos de su vida. Sabía que su trabajo terminado era inacabado; siempre aparece un dato más, un indicio, un comentario que debe ser chequeado. Sin embargo, tomo la decisión. Como decía Borges, "uno publica para no seguir corrigiendo" y de eso se trata este maravilloso ensayo. 

 


Acompañé a Koon en la  presentación el 1ro de mayo. Estaba emocionado, no era para menos. Hoy su sueño está cumplido.

  El autor confiesa: Me propuse investigar la vida de Hemingway, y no me rendí hasta lograr mi objetivo

 Días previos al lanzamiento, la investigadora cubana Gladys Rodríguez Ferrero entrevistó a Koon. De ese reportaje rescatamos esta síntesis que publicamos gracias a la autorización del portal de noticias Cubarte. 


El viejo y el mar fue la primera lectura, el primer contacto que tuviste en tu vida con Ernest Hemingway. Sé que tenías apenas seis años. ¿Tanto te impresionó la historia que te ha llevado a la concepción de esta obra, vital para tu vida?
No creo que a mis seis años pudiese entender mucho de la historia del viejo pescador y el pez (era el año 1959). Recuerdo que el libro tenía muchas imágenes y era un cuento con dibujos secuenciales. En la contratapa estaba la foto de Ernest Hemingway. Probablemente en mi infancia habré asociado su rostro con la figura del pescador o de un abuelo. Yo no recuerdo esos detalles. Pero a los pocos años llegué a ver la película sobre ese libro. Protagonizada por el actor Spencer Tracy. Recuerdo nuestro viejo televisor de caja de madera con imágenes en blanco y negro, pasando el filme.
Durante mi juventud, pude leer el libro completo, pero tal vez sin llegar a entender el contenido de la historia. Detalles que pude comprender ya adulto: Sobre la determinación de las personas a lograr unos objetivos, sin importar el esfuerzo que se tenga que hacer para conseguir lo que uno se propone. En este caso, el pescador no se rindió hasta ver realizado su propósito de pescar el gran pez.
Tal vez, por analogía, la historia tuvo que ver con mi propia vida. Me propuse investigar la vida de Hemingway, y no me rendí hasta lograr mi objetivo: rescatarlo como persona, hijo, esposo, padre, tío y abuelo. Por así decirlo, El último león es mi gran pez.
Justo hace seis años te pregunté si no era hora ya de publicar aunque fuera un primer tomo de tu investigación histórica sobre Papa. La respuesta fue que preferías tenerlo todo completo antes de publicarlo. ¿Ya lo consideras completo?
Yo creo que la vida de Ernest Hemingway nunca va a estar completa, siempre surgirá documentación, fotografías y/o información, que en muchos casos se encuentran en distintas instituciones, que acaparan el material. A cargo de personas que, a veces,  no tienen ninguna relación con Hemingway, y que son sólo simples administradores. Otras ocasiones, son inaccesibles a los investigadores. Solo podemos acceder a información superficial de uso público, a veces sin un valor añadido, que no aportan casi nada a lo que ya sabemos. Como asimismo archivos clasificados que aún no han visto la luz en forma completa. Por ejemplo: archivos familiares, dossier de la Clínica Mayo, y/o del FBI (desclasificado parcialmente), bitácoras de viajes, registros de pasajeros de hoteles y fotografías, entre otros. Como asimismo documentación que acaparan Instituciones, Fundaciones, Museos y/o Bibliotecas. Esos administradores no entienden que hasta un simple recibo, un cheque, una factura, una dedicatoria, una fotografía, un registro de hotel, etc. sirven para seguir los pasos de Hemingway, ya sea por fechas, lugares y/o nombres de otras personas que lo trataron, como asimismo identificar a distintas personas en fotos. Tema este último, que aún resulta difícil por cuanto ya casi no quedan sobrevivientes que hayan tratado a Hemingway, a excepción de su hijo Patrick, Aarón Hotchner, Valerie Danby-Smith, entre otros.



Recuerdo que aún quedaba mucha información imposible de verificar hoy. ¿Tuvo el Prof. Koon la posibilidad de concretar algunas de esas verificaciones casi imposibles?
Me remito a la respuesta de la pregunta anterior. Contestada ampliamente. Además por razones de distancia y tiempo, resulta difícil ya que la mayor parte de la documentación está en instituciones de otros países. Ello implica desatender nuestra vida personal y laboral para dedicarse a ello, además de costear estadías y viajes, permaneciendo un largo tiempo buscando y/o revisando documentación. A veces inaccesible por cuestiones burocráticas, de idioma, o de no colaboración de las personas a cargo de las mismas.
Lo de burocrático se puede entender razonablemente, ya que apunta a preservar estos documentos; si es que se aplica a cualquier persona, pero debería facilitarse el acceso libre a esta documentación y sin costo, a los investigadores de la vida de Hemingway. Nosotros, seguramente seremos mejores y recelosos guardianes de este preciado tesoro, mucho mejor que unos meros administradores.
A ello debemos sumarle mi limitación auditiva, ya que fui perdiendo la audición a los tres años de edad, lo cual me limitaba mucho cuando se involucraba otros idiomas.
Toda la información que pude reunir fue en base a otros escritos y testimonios orales de personas que conocieron a Hemingway y a los que tuve el privilegio de conocer, entre ellos la actriz Ava Gardner y la bailaora flamenca Pastora Imperio; periodistas como José Luis Castillo-Puche y Fernanda Pivano; el guionista Peter Viertel y su esposa Deborah Kerr; el inolvidable boxeador cubano Kid Tunero; Pablo Córdova (que fue confidente de Ernest en Perú); las familias Ivancich, Kechler, Menocal, Cipriani, Mason,  Guggenheim, Villarreal y Steinhart; los pintores Joan Miró y Salvador Dalí; los toreros Antonio Ordóñez y Dominguín; escritores como Rafael Alberti, Robert Graves, Julián Marías y Pablo Neruda. Fernando G. Campoamor, y el inolvidable Capitán Gregorio Fuentes, con quien durante cinco años he compartido muchas charlas de sus vivencias con Hemingway. Sin olvidar también al escritor Horacio Vázquez-Rial, con quien compartimos la lectura de muchos archivos sobre la guerra civil española y a Gherardo Scapinelli, el sobrino de Adriana Ivancich, a quien me une una profunda amistad. Como también tuve oportunidad de tratar con los algunos familiares de Hemingway; su hijo John (Jack), sus nietos Margot y John, sus sobrinos Hilary y Ernest Mainland, y Valerie Danby-Smith; entre otros.



¿De cuántos años de investigación estamos hablando?
Empecé a buscar información desde 1975 cuando viajé a varios países de América y Europa, y que fui ampliando en años sucesivos. Comenzando a escribir formalmente alrededor de 1986.  ¡Son casi cuarenta años de mi vida dedicados a Hemingway!
Tú señalabas, en 2009, que “nunca se va a terminar de investigar sobre la vida de Hemingway. Así que voy a cerrar la investigación hasta donde pude ir avanzando en estos 26 años y después se verá”. Dónde logró el autor “cerrar”, por denominarlo de algún modo, esta gigantesca pesquisa.
En realidad, nunca se va a poder cerrar esta investigación. Todos los días va surgiendo nueva información, lo que me llevaba a verificar la información, y en su caso, modificar y/o readaptar mis escritos, con los consiguientes cambios en el libro, la paginación, la ubicación de las fotos, etc. Lo cual implica cambios importantes que retrasaban la edición del libro. Y esta tendencia va a continuar a medida que se permita la reapertura y revisión de nuevos archivos.
Por otra parte conversábamos, en aquella oportunidad acerca de que “no es cuándo va a salir sino es más bien una cuestión económica…” Señalabas que no eras un escritor conocido por lo que “los escritores estamos obligados a poner de nuestro bolsillo para poder publicar un libro”. ¿Se ha comportado así esta edición?
Efectivamente, además de la cuestión económica. Un editor, naturalmente, busca su propio beneficio económico y al momento de contactarlos, sus propios redactores literarios como los llaman, hacen revisiones y cortes que literalmente mutilan el libro, reduciendo la cantidad de páginas y textos para adecuarlo a su propio costo, con papel económico, y comercializarlo. Prácticamente el libro queda mutilado y sin un contenido importante.
Los editores argentinos, literalmente, no tienen interés en editar un libro biográfico sobre Hemingway. Menos si tiene más de mil páginas y el autor del libro no es una figura reconocida.
Rebelándome a que mutilen mi libro. Con mucho esfuerzo personal y económico, me decidí a costear esta obra en una edición limitada y de mi propio bolsillo. Lo cual fue una satisfacción personal para mí. Y seguramente para muchos hemingwayanos que, espero disfrutarán su lectura.
¿Crees que tu obra hará al lector argentino más partidario de Hemingway, al lograrse una mayor difusión?
Creo que los lectores argentinos interesados en la vida de Hemingway podrían aumentar, si El último león llegase a todo el público de habla hispana en forma masiva. Es una forma de que se conozca más sobre él, en un idioma que tiene más adeptos que el inglés. A partir de allí, es más seguro que el público empiece a pedir las obras que Hemingway escribió.
Las generaciones actuales no saben casi nada sobre él, a excepción de aquellos que sólo encuentran algunas de sus obras en librerías, como El viejo y el mar; Adiós a las armas ó Por quién doblan las campanas. Las demás obras prácticamente no se consiguen en Argentina. A excepción de las que poseo en mi biblioteca personal. Pero solo las adquieren como lectura, sin saber casi nada del autor. Y las profesoras de Literatura de Escuelas y Universidades de habla hispana, tampoco proponen la lectura de sus cuentos y libros a sus alumnos. Y debería ser importante que lo hagan, pues Hemingway fue, en su época,  uno de los mejores narradores de todos los tiempos. Y aún sigue vigente.
Los que sí recuerdan a Hemingway son aquellos de mi generación, los de las décadas del cincuenta y sesenta. Aquellos que disfrutaron los filmes sobre sus obras y recuerdan también a actores como Ingrid Bergman, a Marlene Dietrich, a Ava Gardner, Laureen Bacall, Humphrey Bogart, John Huston, y otros, que también fueron amigos de Hemingway.
También espero que mis amigos, mi familia y mis seis hijos puedan leer esta obra, y comprender el porqué de mi entusiasmo por Papa Hemingway, que prácticamente, formó parte de sus vidas desde que nacieron.
Los días 1º y el 2 de mayo de este año, tendrá lugar la presentación de El último león. Tu libro, en la Feria Internacional del Libro en el stand de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), en Buenos Aires. ¿Qué espera Ricardo de este acontecimiento?
Espero que el libro esté al alcance del público argentino y latinoamericano, que visitarán la feria. Habrá también editores de España, Chile, Colombia, México, Cuba, y muchos otros países. Y también estarán presentes funcionarios de la Embajada de Cuba en Argentina. 
Si alguno de ellos se interesa en multiplicar esta obra, para que el legado sobre la vida y obra de Ernest Hemingway se mantenga vivo, me doy por satisfecho.
¿Han mostrado interés editoras de otros países por el título?
Hubo importantes editores italianos interesados, pero además de la traducción a ese idioma, está la dificultad de que los redactores literarios mutilasen la obra y dado mi desconocimiento del idioma, me sería imposible chequear que mi libro sea literalmente traducido. ¡Ni siquiera yo sería capaz de revisar las pruebas de galeras de mi propio libro en otro idioma!  Por otro lado, la persona que realizase la traducción, debería tener amplios conocimientos sobre Hemingway y tener, por así decirlo, un espíritu hemingwayano. De lo contrario sería un libro aburrido.  Lo mismo sucede con el inglés. La comprensión cultural e idiomática en otros idiomas, no es igual que en español. Por esto me decidí a realizar esta obra en español, ya que casi todo lo que hay sobre la vida de Hemingway, está en otros idiomas, mayormente en inglés, luego en italiano, francés y ruso.
Quisiera abordaras el estilo en el que has escrito esta obra monumental porque cuenta con 1 044 páginas. Es una biografía, una investigación. ¿En qué género ubica Ricardo Koon su obra?
Es una autobiografía de estilo muy personalizado. Tuve que ponerme en la piel de Ernest Hemingway, por así decirlo. Ubicaría mi libro como un ensayo, por especificar un género.







Tengo entendido que participarás en el próximo Coloquio Internacional Hemingway que tendrá lugar en La Habana del 18 al 21 de junio. ¿Alguna ponencia en especial?
Realmente es un placer participar en la nueva edición de este evento al que fui invitado en varias ocasiones, el cual disfruto, compartiendo con otros colegas de todo el mundo, sobre la vida y obra de Hemingway. Y es un ambiente en cual me siento muy cómodo. Ya que todos hablamos el mismo idioma hemingwayano, por así decirlo.
De este evento, realizado en años anteriores, han surgido amistades con colegas cubanos y de otros países, que realmente han sido un bálsamo para mí, ya que todos podían comprender el por qué y cómo de mi interés por Papa Hemingway. Lo cual no sucede en Argentina.
En los Coloquios anteriores, ya se ha hablado mucho (y poco) de distintos temas sobre la vida y obra de Hemingway. Si bien surgen nuevas propuestas de temas, a veces las mismas no llegan a ser consistentes, otras son redundantes o reiterativas. Y muchos se autotitulan especialistas en Hemingway, solo por el hecho de presentar un trabajo sobre determinado tópico. El trabajo sobre un tema, no hace al especialista. Lleva toda una vida y años aprender sobre Papa Hemingway.
De mis experiencias puedo aportar algo más sobre algunos temas y/o personas, pero ello requiere de tiempos de conferencia que son difíciles de exponer durante el Coloquio, ya que son varios los conferencistas y los tiempos están acotados.
Muchos lectores e investigadores han leído y aportado sus experiencias sobre Hemingway, pero muy pocos llegan a conocer los rostros de casi toda la gente que ha formado parte (familiares, amigos, inspiradores, conocidos, etc.) directa o indirectamente, de la vida del escritor.
Así que esta vez me limitaré a mostrar esos rostros en imágenes a través de mi presentación: Mil rostros en la vida de Papa Hemingway. Considero que una imagen vale por mil palabras.
También, gracias a la gentileza de las autoridades de este Coloquio y de la Directora del Museo Finca Vigía; Lic. Ada Rosa Alfonso. Podré realizar la presentación de mi libro, El último león, prologado por Guido Guerrera y precisamente por Ud. (Gladys Rodríguez Ferrero), acompañado de esta última como presentadora y de Raúl Villarreal, hijo de René. Quien fuera el mayordomo de Hemingway, y autor del óleo de Hemingway, que ilustra la tapa del mismo.




¿Qué actividades tienes planificadas durante tu estancia en La Habana?
Me resulta siempre, un poco triste regresar a La Habana, Finca Vigía y Cojímar y ver que muchos ya no están… se fue Campoamor, se fue Gregorio, se fueron los hermanos Herrera, se fueron los Ivancich, se fue René Villarreal, se fueron muchos…. Si bien, los lugares quedaron, y otros aún permanecen. Las ausencias aún se sienten. Y agradezco a mis amigos cubanos por mantener vivos estos lugares y recuerdos.
Por supuesto regresar a Finca Vigía y San Francisco de Paula es siempre lo más agradable, ya que es un excelente y hermoso lugar, que se ha logrado mantener intacto gracias a la voluntad y esfuerzo de las autoridades, de sus directores y del pueblo cubano.
Además de mi participación en el Coloquio, tal vez pueda aportar alguna conferencia extra fuera del mismo en alguna institución o Universidad.
También me gustaría se considerara la posibilidad de poder entregar personalmente ejemplares de mi libro a los compañeros Fidel y Raúl Castro Ruz, considerando que Fidel también es un admirador de la obra de Ernest Hemingway.
Bueno ya lo que Ricardo denominaba como “la obra de la vida” está impresa, acabadita de salir de la imprenta, esperando por los lectores… ¿qué se propone a partir de ahora escribir el investigador insaciable que eres?





Como decía Papa Hemingway, los tiempos entre libros, son tiempos muertos, el vacío, la nada… seguramente iré al Floridita, me tomaré un daiquirí Papa Special y junto a la estatua de Ernest, este me susurrará al oído:
“La cosa más espantosa, es una hoja de papel en blanco.”
“Ahora no es momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay.”

“Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance.”




JOSE MARIA GATTI presenta su primera novela policial en la BIBLIOTECA NACIONAL MARIANO MORENO de ARGENTINA.
CARNE EN FLOR es un policial atrapante que te dejará sin aliento. Hablarán sobre la obra: HORACIO CONVERTINI, TATIANA GORANSKY y CLARIBEL TERRE MORELL.
El lanzamiento será el 12 de junio a las 19.30 en la sala Augusto Raúl Cortazar de la Escuela de Bibliotecarios.
BIBLIOTECA NACIONAL MARIANO MORENO
Agüero 2502 - CABA - ARGENTINA


RUFINO ME CUENTA HISTORIAS

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Todavía con la resaca a cuestas después de la presentación de mi novela policial Carne en flor, y recién despertando de los elogios de amigos; me sumerjo en las aguas del mar Pacífico y voy a la búsqueda de ese último merlín humano que sigue amarrado a su historia en Cabo Blanco. Hace un tiempo, después de saber que la mítica embarcación Miss Texas regresara a esas costas, tuve el deseo de organizar el segundo encuentro de “El mar de Hemingway”, contando con los buenos augurios de mis amigos hemingwayanos, pero todo quedó en el intento, fue una especie de deseo incumplido que alguna vez se concretará. Claro que el tiempo siempre juega una mala pasada y no siempre va a estar esperando mi decisión el gran Rufino. Cuando digo Rufino estoy nombrando a Rufino Tume, quien en su juventud fue el capitán del Miss Texas, el barco que solía elegir el autor de Por quién doblan las campanas, que todavía flota frente al malecón. Y allí está el anciano, acariciado por una nube de tiempo y acorralado por la brisa marina que llega hasta su poltrona en el porche de su casa. Y allí está, cercado por las historias que guarda en la caja china donde aparecen otras historias que se asemejan al laberinto borgiano. Como muchos lugareños, en su juventud fue pescador, pero luego se convirtió en el capitán de un barco pesquero, el único que subsiste de aquella época, ya que fue restaurado. Y entonces la acuarela pinta la ruta sinuosa que se desliza hasta llegar a Cabo Blanco donde el mar está repleto de yates y barcos pesqueros. La mayoría de las casas está pintada de color durazno o violeta, los mismos tonos en que se presenta el caracol spondylus, que abunda en la zona y fue usado como bien de prestigio en las sociedades preincaicas. Hoy se lo ve adornando los frentes de las casas, en artesanías colgantes y en joyas –en su versión pulida– que se encuentran en la feria de artesanías de Máncora.




El restaurante Black Marlin es otro punto insoslayable en Cabo Blanco. No sólo por su abundante “fuente de mariscos” sino porque Francisco Chávez Rondoy, encargado del local, sabe al detalle la historia de este pueblo de pescadores, reconocido en el mundo por la pesca del merlín negro, muy parecido al pez espada, que alcanza hasta cinco metros de largo y 700 kilos de peso. En los alrededores se pescan lenguados, róbalos, meros y corvinas, entre otras variedades, pero el merlín negro es símbolo del lugar, ya que en 1953 tuvo lugar un record: el estadounidense Alfred Glassell Jr. pescó un ejemplar de 707 kilos. La hazaña de este filántropo, deportista y aventurero se conoció en el jet set mundial, lo que atrajo a Cabo Blanco a personajes como el príncipe de Edimburgo, el comediante Bob Hope, el empresario Nelson Rockefeller y la bella Marilyn Monroe. Todos querían experimentar la emoción de la pesca de altura pero no tuvieron la misma suerte que su compatriota. La historia llegó también a oídos del escritor Ernest Hemingway, quien en 1952, un año antes, había publicado su novela El viejo y el mar.




En el malecón de la aldea, una pintura que muestra el rostro del escritor sobre el fondo de una ola recuerda su paso por allí, en 1956. Muchos dicen que Cabo Blanco inspiró la ficción que le valió los premios Pulitzer y Nobel de Literatura, aunque en realidad ya había escrito El viejo y el marcuando llegó a la costa peruana, donde permaneció durante 33 días. Hemingway se alojó en el Club de Pescadores, que hoy está abandonado y en ruinas. Chávez Rondoy, acodado en la barra del restaurante, habla de tres pobladores que acompañaron al escritor en sus salidas de pesca y sus noches de copas. Pablo Córdoba, quien falleció el año pasado, era su barman preferido. A pesar de estar en la tierra del pisco, parece que “Ernesto” –así lo llaman por aquí– prefería el mojito. Pero camino a El Ñuro todavía se encuentra a Máximo Jacinto Fiesta, de 91 años, el encargado de prepararle las carnadas, quien logró atrapar a un merlín de 510 kilos. La prueba es una foto de Hemingway con su presa que adorna una de las paredes del local.





 “Ernesto era un gringo muy buena gente” sostiene Rufino, de 90 años, quien sueña con abandonar su bastón y volver al mar como en aquellos días en que se embarcaba en el Miss Texas y llevaba mar adentro al escritor y a su esposa, Mary Welsh. Durante 33 días, Rufino fue como Manolito, el joven que acompañaba al veterano pescador de El viejo y el mar. Cuando Hemingway dejó Perú mantuvo correspondencia con Rufino durante largos años e incluso lo invitó a Cuba para eventos de pesca deportiva. El recuerdo de aquellos días de aventuras está plasmado en una foto, que muestra a Hemingway sobre la cubierta del yate rodeado por un grupo de jóvenes entre los que se destacan los sonrientes Fiesta y Rufino. El anciano sonríe y aferra la foto contra el pecho en un gesto de nostalgia, un sentimiento que lo hace despertar cada día a las 3 de la madrugada para ver desde el porche de su casa cómo parten los pescadores. Luego duerme un poco y vuelve a sentarse en su sillón de mimbre antes de las 13, para verlos regresar, replegar las redes y bajar los canastos de pescado. Y cada atardecer lo encuentra en el mismo lugar, escuchando el sonido de las olas y con la mirada fija en el incierto horizonte del mar.




La mirada con esos ojos acuosos casi mimetizados a los de un merlín en vuelo, giran repentinamente hacia una nube y como destino señalado ese lugar de pescadores casi olvidado vuelve a renacer cuando a través de la fundación peruana Inkaterra  la vida del pueblo se agiganta. Es porque la Miss Texas nuevamente está en su casa llamando a los pescadores. Y la noticia no es que algo ha cambiado, sino que todo sigue igual gracias a los buenos emprendedores que decidieron cerrar la aventura con el pasado. Así entonces, el fundador de Inkaterra, José Koechlin, y el capitán de la Miss Texas, Norm Isaacs, estuvieron presentes en el Miami International Boat Show (13-17 de febrero, Miami Beach Convention Center), una de las convenciones más famosas en el mundo de la navegación. Era ocasión propicia para presentar a la icónica embarcación Miss Texas– reconocida por tener a Ernest Hemingway y Alfred Glassell Jr. a bordo–, luego de haber sido restaurada por Inkaterra, como también el resurgimiento de Cabo Blanco como un hotspot para la pesca recreativa. Según Norm Isaacs, el Miami Boat Show es uno de los eventos más influyentes para relanzar el destino Cabo Blanco. Autoridad de la pesca deportiva que condujera un show en ESPN, el capitán Isaacs fue capaz de reconocer entre los amantes de la pesca una gran expectativa por los proyectos de Inkaterra al norte del Perú.




“El mundo de la pesca, sobre todo aquellos con un interés en la pesca de altura, están muy informados de la historia de Cabo Blanco. Pescar allá está en los planes de casi todos los pescadores deportivos”, dijo. También le llamó la atención la enorme respuesta que generó la noticia del merlín negro (Makaira indica) de 250 libras, avistado en enero pasado durante la segunda excursión de la Miss Texas. “Casi todos sabían sobre ello, la noticia se esparció como pólvora. Me preguntaron unas cien veces sobre el merlín que vimos saltar. Todo lo que necesitamos es pescar un par, tomarles buenas fotos, y el interés se disparará por los cielos. No puedo imaginarme qué ocurriría si logramos pescar uno grande”, declaró el capitán.

Hemingway seguramente andará rondando por esas callecitas y Rufino ya no estará tranquilo.









LA CASA RESPIRA

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 Los que pasamos alguna vez por Finca Vigía, sabemos del sacrificio y la dedicación asumida por los funcionarios del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural de Cuba, para que el espíritu y material documental de Ernest sigan presente a pesar de los años. En ese camino lleno de dificultades, una fundación estadounidense enviará cerca de 900 mil dólares en material a Cuba para construir un gabinete que conserve los libros, cartas y fotos de Ernest Hemingway. Es la primera gran exportación de materiales de construcción a la isla desde que el presidente Barack Obama suavizó el embargo comercial con el hasta ahora enemigo cercano.. Y todo parece como el despertar de una primavera después de tantos años de oscuridad. El tiempo que siempre es el testigo de la memoria comienza a dejar en claro todos aquellos entretelones cínicos que obligaron al escritor a escaparse con lo puesto a Estados Unidos y, a partir de ese momento, comenzar a transitar su muerte lejos de sus cosas íntimas y cotidianas.




 La fundación Finca Vigía, asentada en Boston, busca desde hace años ayudar a Cuba y evitar que miles de documentos se desintegren poco a poco en la humedad y el calor abrasador del hogar en donde vivió y trabajó el escritor estadounidense, en las afueras de La Habana, entre 1939 y 1960.

 Los funcionarios del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural de Cuba, deseaban construir un laboratorio de conservación, pero dijeron que no tenían el financiamiento ni los materiales para hacerlo.

 “La edificación real de un taller- almacén servirá para la restauración de piezas y su almacenamiento”, dijo la directora ejecutiva de la Finca Vigía Foundation de Estados Unidos, Mary Jo Adams, citada por la Agencia de Información Nacional. Adams participó en el Coloquio Internacional Ernest Hemingway, evento que cada dos años reúne en Cuba a expertos en el estudio y conservación del patrimonio cultural y que en este 2015 contó con una amplia presencia de estadounidenses como consecuencia del deshielo entre Washington y La Habana, según los organizadores.




 La directora del museo cubano Finca Vigía, Ada Rosa Alfonso, explicó a periodistas que la construcción del taller “responde al pedido que realizó la fundación estadounidense a la alta dirección de su país” y adelantó que “pronto” comenzarán a llegar a la isla los materiales “para hacer realidad este proyecto”.

 Alfonso destacó que el taller “estará ubicado a la entrada de la propiedad”, situada en el suburbio de San Francisco de Paula, en el sur de La Habana, donada a Cuba por los herederos del escritor y convertida en un museo que es visitado cada año por miles de turistas.

 Es prácticamente imposible encontrar materiales de primera calidad en gran parte de Cuba, y los propietarios de viviendas se ven forzados a comprar pintura y bombas de agua robadas de agencias gubernamentales y a pagarle a extranjeros por traerles artículos tan grandes como lavabos y alacenas en su equipaje documentado. En ferreterías, administradas por el gobierno, solicitar un artículo tan mundano como una caja de tornillos puede provocar risas entre los vendedores.





 La propuesta de la fundación para enviar contenedores con 862 mil dólares en materiales diversos, desde tuercas y tornillos, hasta techumbre, fue aprobada por el gobierno de Estados Unidos en mayo, después de que Obama concediera una serie de excepciones al embargo comercial contra la isla. Las excepciones incluyen permisos para que los estadounidenses exporten materiales donados con el objetivo de apoyar a la gente cubana en áreas como la ciencia, la arqueología y la conservación histórica.

 Los arquitectos, ingenieros y obreros cubanos utilizarán los materiales estadounidenses y bloques de cemento y argamasa cubanos para construir un laboratorio de 223 metros cuadrados en donde miles de fotos, aproximadamente 9.000 libros y una gran cantidad de cartas de y para Hemingway, podrán tratarse y conservarse.



 “Hará una gran diferencia”, dijo Mary-Jo Adams, directora ejecutiva de la fundación Finca Vigía, la cual opera con financiamiento privado y fue creada en 2003. “Podrán conservarse a partir de ahora todo ese material por décadas en el mejor estado”, agregó.

 El conductor de programas de bricolaje en la TV Bob Vila, un miembro del consejo directivo en Finca Vigía que es cubanoamericano y habla español fluido, ayudará a supervisar el proyecto, dijo Adams. La directora del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural de Cuba, dijo además a The Associated Press, “que no podía hacer comentarios de inmediato en relación al proyecto”, aunque todo es lo suficientemente claro en este aspecto.

 La serie de excepciones que Obama hizo en el embargo, un mes después del anuncio de la distensión de relaciones con Cuba del 17 de diciembre, están diseñadas explícitamente para ayudar a ciudadanos comunes de Cuba y al sector privado floreciente de la isla, más que a su gobierno socialista.

 Los funcionarios del gobierno de Obama reconocieron desde el principio que sería imposible evitar que la normalización de relaciones ayude al aparato estatal criticado por Estados Unidos por la falta de libertad económica y política. El turismo estadounidense en la isla aún está prohibido por la ley de Estados Unidos, y críticos del compromiso de Obama con Cuba dicen que simplemente se canalizará dinero al gobierno de Raúl Castro.





 Finca Vigía es uno de los atractivos más populares en La Habana y sus cuotas de entrada se destinan al gobierno, pero Adams dijo que el laboratorio de conservación será independiente. “No atraerá a visitantes, sino que mantendrá segura a la colección”, dijo.
 La funcionaria también expreso que  las preguntas en relación a la ética de un proyecto que trabaja con el gobierno cubano se disiparon hace mucho.“Quizá era un tema sensible hace 10 años. Ya no lo es”, sostuvo.


  Presidida por Jenny Phillips, nieta de Maxwell Perkins, editor y amigo de Hemingway, la fundación firmó en el 2002 -lo renovó en el 2014- un convenio con el Consejo Nacional del Patrimonio de Cuba para preservar los documentos y la casona de Finca Vigía.

Alfonso destacó que ese convenio “ha permitido la preservación (restauración y digitalización) de miles de documentos, entre ellos cartas, anotaciones, libros, revistas, entre otros materiales”.

 El museo guarda una valiosa colección de 23.000 piezas, entre las que se incluyen documentos originales y obras de arte, armas, trofeos de caza, muebles, equipos eléctricos y mecánicos, ropa y objetos de decoración.

 La colección también incluye el yate El Pilar, en el que Hemingway solía salir a pescar e incluso intentó detectar submarinos de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

 Paralelamente en Washington, la Sección de Intereses de Cuba en esta ciudad inauguró  un espacio de esparcimiento dedicado a Ernest Hemingway, como un homenaje a quien pasó una cuarta parte de su vida en la isla y en momentos de tensión en las relaciones con Washington.

 En el lugar  se sirvieron los tradicionales mojitos y daiquirís, como los que bebió el escritor en La Habana, con ron blanco, limón, toronja y jarabe de caña- no estará abierto al público-, pero operará en ocasiones especiales de manera gratuita.




 Ante un grupo de invitados y periodistas, el jefe de la Sección de Intereses (especie de embajador), Jorge Bolaños, destacó la 'ocasión especial' y lamentó que tan poco se haya escrito en los Estados Unidos 'de la cercana relación de esta figura trascendental y su relación con Cuba'.

Finca Vigía recibe un aire renovado y se encamina a una nueva aventura, a otro desafío donde siempre está presente el alma de Ernest Hemingway.



ERNEST MURIÓ DE CÁNCER DE ESPÍRITU

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 Una vez más volvemos al día trágico. El paso del tiempo cronológico se despega del psicológico. Los fantasmas disfrazados de recuerdos oscurecen un tiempo que ya parecía perdido. Es mentira que el olvido siempre triunfa. En la mente todo resuena, todo se esconde detrás de un manto tenue de cenizas. Entonces aparecen los testimonios, las hojas olvidadas sin destino o el eco de las palabras pronunciadas. Uno revuelve los papeles y sencillamente se detiene ante una foto, ante una frase que lo golpea. Esto me ha pasado. Estaba reorganizando mi archivo y sin pedir permiso me pega un cachetazo: “Ernest murió de cáncer de espíritu”…qué duro, además del cáncer, el espíritu doblegado. Lo expresa Mary Hemingway y ya saben ustedes mis diferencias con ella, sobre todo con aquello que sigo pensando del “abandono de persona”. Listo, lo dije. Les puede gustar o no pero es lo que pienso.
  Tal vez sea más fiel la entrevista que Ramón Sánchez Ocaña realizara a una Mary, recién llegada a Madrid, el 20 de marzo de 1977. Pasaron unos cuántos años, sin embargo, los fantasmas disfrazados siguen cruzando el cielo.

Mary Hemingway ha llegado a España con sus ojos claros y su maleta de recuerdos. Mary Hemingway, viuda del Premio Nobel, escritora ella también,corresponsal de guerra en la segunda contienda mundial, pequeñita, con un pelo blanco ensortijado y unas manos grandes que hablan solas, ha vuelto a Madrid; y ha vuelto a ocupar la habitación del hotel donde, no hace muchos  años, ella y Ernest festejaban San Isidro.






 Y cuando le hablas de  recuerdos, ella se vuelve a Cuba, a aquel barco que Ernest tenía  para pasar sus horas frente al mar. «No tenía comodidades. Era  una máquina para pescar», comenta ella. Se sitúa allí, en Cuba,  leyendo, pescando, escribiendo, con los únicos testigos del mar y  las estrellas. Ella recuerda sin gesto de dolor, pero la nostalgia se  asoma a sus ojos. Y entonces enciende un cigarrillo, y bebe una  ginebra. No se pueden desgranar recuerdos con esta mujer, que es  ella un puro recuerdo. Aquel barco, en Cuba, durmiendo en la popa,  al aire, viendo como las estrellas iluminaban la panza de las agujas,  aquellos peces largos, narigudos y brillantes. Todo es un recuerdo  en esta tarde madrileña; un recuerdo en el que flota la sombra  continua de esa especie de ídolo de periodistas que se llamó Ernest  Hemingway. Cuando le hablas de Ernest Hemingway, así, con todas las letras,  ella tiene sensación de que se está hablando de un extraño. Un  extraño que ahora define como «un niño bien educado, a veces  violento, de buen humor, a veces ángel, cambiante ... » Eterno  Hemingway, este Ernest sin barbas de chivo, recio él, varonil, al que  uno se imagino siempre junto a una bota de buen riojano, y ante  una vida llena y plena, cargada de sensibilidad y de vitalidad. Deja volar la memoria y nos cuenta cómo estando en Londres  conoció a un escritor de renombre, Hemingway, «que llegaba ahora  a escribir sobre la guerra». Para los que la llevaban viviendo y  viendo desde hace años, como era el caso de Mary, el hecho de  que llamaran después a los escritores conocidos les resultaba un  tanto molesto. Yo estaba comiendo en un restaurante con Irwin Show. Y enfrente  estaba él. Se acercó y le dijo a Irwin: «¿Por qué no me presentas a  esta mujer?». Nos presentó. Y solamente comentó: «Espero que  podamos almorzar juntos alguna vez. » Corría el mes de mayo de  1944. 






 No nos tratamos con calor, esa es la verdad. Nosotros, los  corresponsales, habíamos seguido la guerra desde el principio. Y  cuando se acercaba la noticia del final, llamaban a  los grandes. Pero bueno, la verdad es que resultó simpático.  Almorzamos dos o tres veces, y un día, que estaba yo con una  amiga, Ernest me dijo simplemente: «Mary, no conozco mucho de  tí, pero quiero casarme contigo.» El estaba casado, y yo también;  aquello me pareció un chiste, algo ridículo. Pero tenía razón Hemingway. Acaba la guerra, ella se divorcia y va  a Cuba a verle, a ver al potente Herningway jugar con sus gallos de  pelea y sus horas de mar. Y se casan. La vida entonces para ella y para él toma otro color. Allí aprende  ella el castellano, que aún hoy habla, después de dieciséis años. Y  allí vivieron juntos hasta el 2 de julio de 1961. Mary lo recuerda muy  bien. Cáncer de espíritu ¬Aquellos días estaba raro. Al revés de como había sido siempre:  silente, suspicaz, con temor a todo y de todo. Aquella alegría de  niño encantador que tenía, se había cambiado por una  preocupación constante. Lo estudiaron médicos de todos los  Estados. Pero no hubo solución. Tenía un cáncer de espíritu. Una  profunda depresión. Ninguna cura pudo salvarle. Sí, como un  cáncer del espíritu. Estábamos en la casita de Idaho. Era domingo.  Eran las ocho de la mañana. Yo sentí un ruido y me desperté. Creí  que alguien había cerrado un cajón demasiado fuerte, Bajé, y me lo  encontré tendido en el suelo, con su escopeta en las manos. Se  había disparado dos tiros. Hace una pausa. Enciende un nuevo  cigarro y comenta que nunca pudo aceptar la idea de esa muerte. Y  emprendió la huida. Allí se acababa el sosiego, la amistad («En mi  diario tengo anotado, un día que comimos solos, después de 54  días. Siempre había amigos en casa.») El viejo y el mar Y hablamos de libros.¬Es como cuando te preguntan: ¿De tus hijos,  a cuál quieres más? No se sabe, no se puede elegir. Cada uno de  los libros tiene su porqué. A mí me gusta mucho, porque creo que  comprendió perfectamente al pueblo español, Por quién doblan las  campanas. Y me gusta, porque he conocido a muchos hombres  como el viejo Santiago, El viejo y el mar. («Era un viejo que  pescaba solo en un bote en el Gulf Stream, y hacía 84 días que no  cogía un pez»). Ernest estaba muy contento cuando concluyó esta  novelita. La escribió sin parar. Yo leía cada noche los folios nuevos  que él iba escribiendo. La terminó en menos de dos meses. Y  cuando se estaba acercando al final comentamos un día: «Mi vida,  me parece que vas a dejar morir a este viejo tan simpático.  Supongo que no se te ocurrirá.» El hizo un gesto simplemente:  «Bueno, pero es que matarlo sería demasiado fácil ¬insistí¬ Matarlo  o dejarlo morir de viejo sería la solución más barata.» Por fin no lo  mató. Santiago vivió un poco gracias a mí. «Allá arriba ¬termina Hemingway la novela, junto a Camino, en su  cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el  muchacho estaba a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los  leones marinos.» Mary Hemingway fue la cuarta mujer en la vida de Ernest. «El fue  mi tercer marido. La vida a su lado fue muy tranquila. Sí, ¡claro que  nos peleamos! Muchas veces. Los dos éramos de carácter muy  violento. Pero le advierto una cosa: para nuestro¬ vocabulario fueron  muy buenas aquellas discusiones. Especialmente para saber cómo  podíamos decir cada uno una frase más fuerte. Discutíamos en  español. Pero si llegaba a más, empleábamos el inglés. De todas  formas, eran batallas que apenas duraban diez minutos. Bueno,  menos una vez, que duró hasta dos meses. Pero salvo eso, la vida  en común fue muy tranquila.» El testamento Dentro de un año, quizá dos, se publicará la que será posiblemente  ya la última obra de Ernest Hemingway. Mary y los editores trabajan  actualmente en ella.¬ Desde que murió se han publicado ya cuatro  libros, porque Ernest dejó escritas muchas cosas. Ahora estamos  preparando la edición de un libro de cuentos sobre la guerra  mundial. Ernest dejó mucho escrito. Entre otras cosas una novela  muy, muy larga, con partes bastante malas. 







 Dos principios dice ella que inspiran las ediciones posteriores a la  muerte del escritor. ¬En su testamento, que hizo siete años antes de matarse, Ernest  me dejó todo a mí, incluyendo su propiedad literaria. Las  condiciones que nos hemos impuesto fueron, por un lado no  publicar nada de calidad inferior a lo que se publicó en vida con su  aprobación; y por otro, que sólo esté firmado por Ernest, sin que  nadie le arregle nada. Habla de España, de los toros («Son como las películas. Cuando  una corrida es buena, es muy buena. Pero cuando es mala, no hay  quien la aguante»). Sonríe, sonríe siempre, levanta sus ojos  vivarachos, mira al techo del hotel, y después recuerda aquel San  Isidro de cualquier año.

NADIE RONRONEA CON DOS PIERNAS ROTAS

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 Hemingway tenía un profundo cariño por los gatos. Sin embargo, la relación con ellos no siempre tuvo un final feliz. Desafortunadamente, el escritor debió acabar con uno de ellos de una forma muy dolorosa. Ese ser tan creído de si mismo, tan omnipotente, tan bravucón, ante una situación inesperada, se derrumbó, cayó como una hoja al piso y se echo a llorar. ¿Resulta esto una debilidad o un profundo sentimiento?. Al menos conozco cuatro historias de hombres que no soportaron la mirada de un animal yaciente. Viene a mi memoria Haruki Murakami, quien no puede vivir sin al menos un gato, pero en realidad tiene más de una decena; o Charles Bukowski, que esperaba reencarnar en un gato en su próxima vida. Escribió: « los gatos se quejan pero nunca se preocupan … y pueden dormir 20 horas sin duda ni remordimiento».

 En 1930, el capitán de un barco le regaló un gato a Hemingway. El escritor le puso al felino el nombre de Snowball e inició así un idilio con estos animales. Para 1945, la casa de Hemingway era conocida por albergar a 23 gatos (sí, como si se tratara de una vieja solterona), la mayor parte de los cuales descendía de Snowball. Hoy en día, si vas a visitar su casa museo, te podrás topar con un ciento de descendientes lejanos del gato, la mitad de ellos con la misma peculiaridad de aquella mascota: poseen seis dedos en cada pata.





 Hemingway llamaba tiernamente a sus gatos "fábricas de ronroneos" y "esponjas de amor", sin embargo, y aunque sea difícil de creer, tuvo que sacrificar a uno de ellos de un disparo en la cabeza. Pero no te confundas, no lo hizo por maldad. En 1953, le envió una carta a su amigo Gianfranco Ivanich, justo después de acabar con uno de los felinos, apodado Tío Willie (como consta en el libro Hemingway's cats: an illustrated biography). El episodio, según narra en la carta, fue sumamente traumático para el escritor de Por quién doblan las campanas y El viejo y el mar.

Querido Gianfranco:

Justo cuando acabé de escribirte y mientras ponía la carta en el sobre, Mary bajó de la Torre y dijo: “algo horrible le ha pasado a Willie”. Salí y encontré a Willie con sus dos patas derechas rotas: una por la cadera y la otra por debajo de la rodilla. Un coche debió de haberle pasado por encima o alguien lo había golpeado con un palo. Había vuelto a casa sobre las patas de un solo lado. Era una fractura múltiple con mucha suciedad en la herida y fragmentos sobresaliendo. Pero él ronroneaba y parecía seguro de que yo podría solucionarlo.

Hice que René trajera un tazón de leche para él, y René lo sostuvo y lo acarició para que Willie estuviera bebiendo leche mientras yo le disparaba en la cabeza. No creo que sufriera. Los nervios habían sido machacados, así que las piernas no habían empezado a dolerle realmente. René quiso dispararle por mí, pero no podía delegar la responsabilidad o dejar una posibilidad de que Willie supiera que alguien iba a matarlo.

He tenido que disparar a gente, pero nunca a nadie que hubiera conocido y querido durante once años. Ni tampoco a nadie que ronroneara con dos piernas rotas.


Aprovecho y después de esta declaración de amor, bien vale releer este cuento que sigue y después la hermosa crónica de Enrique Vila-Matas, escrita en Barcelona, en 1998.





EL GATO BAJO LA LLUVIA


Sólo dos americanos había en aquel hotel. No conocían a ninguna de las personas que subían y bajaban por las escaleras hacia y desde sus habitaciones. La suya estaba en el segundo piso, frente al mar y al monumento de la guerra, en el jardín público de grandes palmeras y verdes bancos. Cuando hacía buen tiempo, no faltaba algún pintor con su caballete. A los artistas les gustaban aquellos árboles y los brillantes colores de los hoteles situados frente al mar.

Los italianos venían de lejos para contemplar el monumento a la guerra, hecho de bronce que resplandecía bajo la lluvia. El agua se deslizaba por las palmeras y formaba charcos en los senderos de piedra. Las olas se rompían en una larga línea y el mar se retiraba de la playa, para regresar y volver a romperse bajo la lluvia. Los automóviles se alejaron de la plaza donde estaba el monumento. Del otro lado, a la entrada de un café, un mozo estaba contemplando el lugar ahora solitario.

La dama americana lo observó todo desde la ventana. En el suelo, a la derecha, un gato se había acurrucado bajo uno de los bancos verdes. Trataba de achicarse todo lo posible para evitar las gotas de agua que caían a los lados de su refugio.
–Voy a buscar a ese gatito –dijo ella.
–Iré yo, si quieres –se ofreció su marido desde la cama.
–No, voy yo. El pobre minino se ha acurrucado bajo el banco para no mojarse ¡Pobrecito!
El hombre continuó leyendo, apoyado en dos almohadas, al pie de la cama.
–No te mojes –le advirtió.
La mujer bajó y el dueño del hotel se levantó y le hizo una reverencia cuando ella pasó delante de su oficina, que tenía el escritorio al fondo. El propietario era un hombre viejo y muy alto.
Il piove –expresó la americana.
El dueño del hotel le resultaba simpático.
Sí, sí signora, brutto tempo. Es un tiempo muy malo.

Se quedó detrás del escritorio, al fondo de la oscura habitación. A la mujer le gustaba. Le gustaba la seriedad con que recibía cualquier queja. Le gustaba su dignidad y su manera de servirla y de desempeñar su papel de hotelero. Le gustaba su rostro viejo y triste y sus manos grandes. 

Estaba pensando en aquello cuando abrió la puerta y asomó la cabeza. La lluvia había arreciado. Un hombre con un impermeable cruzó la plaza vacía y entró en el café. El gato tenía que estar a la derecha. Tal vez pudiese acercarse protegida por los aleros. Mientras tanto, un paraguas se abrió detrás. Era la sirvienta encargada de su habitación, mandada, sin duda, por el hotelero.
–No debe mojarse –dijo la muchacha en italiano, sonriendo.

Mientras la criada sostenía el paraguas a su lado, la americana marchó por el sendero de piedra hasta llegar al sitio indicado, bajo la ventana. El banco estaba allí, brillando bajo la lluvia, pero el gato se había ido. La mujer se sintió desilusionada. La criada la miró con curiosidad.

Ha perduto qualque cosa, signora?
–Había un gato aquí –contestó la americana.
–¿Un gato?
Sí il gatto.
– ¿Un gato? –la sirvienta se echó a reír– ¿Un gato? ¿Bajo la lluvia?
–Sí; se había refugiado en el banco –y después–: ¡Oh! ¡Me gustaba tanto! Quería tener un gatito.
Cuando habló en inglés, la doncella se puso seria.
–Venga, signora. Tenemos que regresar. Si no, se mojará.
–Me lo imagino –dijo la extranjera.

Volvieron al hotel por el sendero de piedra. La muchacha se detuvo en la puerta para cerrar el paraguas. Cuando la americana pasó frente a la oficina, el padrone se inclinó desde su escritorio. Ella experimentó una rara sensación. Il padrone la hacía sentirse muy pequeña y a la vez, importante. Tuvo la impresión de tener una gran importancia. Después de subir por la escalera, abrió la puerta de su cuarto. George seguía leyendo en la cama.

– ¿Y el gato? –preguntó, abandonando la lectura.
–Se fue.
– ¿Y dónde puede haberse ido? –preguntó él, abandonando la lectura.
La mujer se sentó en la cama.
– ¡Me gustaba tanto! No sé por qué lo quería tanto. Me gustaba. No debe resultar agradable ser un pobre gatito bajo la lluvia.
George se puso a leer de nuevo.

Su mujer se sentó frente al espejo del tocador y empezó a mirarse con el espejo de mano. Se estudió el perfil, primero de un lado y después del otro, y por último se fijó en la nuca y en el cuello.
– ¿No te parece que me convendría dejarme crecer el pelo? –le preguntó, volviendo a mirarse de perfil.
George levantó la vista y vio la nuca de su mujer, rasurada como la de un muchacho.
–A mí me gusta como está.
– ¡Estoy cansada de llevarlo tan corto! Ya estoy harta de parecer siempre un muchacho.
George cambió de posición en la cama. No le había quitado la mirada de encima desde que ella empezó a hablar.
– ¡Caramba! Si estás muy bonita – dijo.
La mujer dejó el espejo sobre el tocador y se fue a mirar por la ventana. Anochecía ya.
–Quisiera tener el pelo más largo, para poder hacerme moño. Estoy cansada de sentir la nuca desnuda cada vez que me la toco. Y también quisiera tener un gatito que se acostara en mi falda y ronroneara cuando yo lo acariciara.
– ¿Sí? –dijo George.
–Y además, quiero comer en una mesa con velas y con mi propia vajilla. Y quiero que sea primavera y cepillarme el cabello frente al espejo, tener un gatito y algunos vestidos nuevos. Quisiera tener todo eso.
– ¡Oh! ¿Por qué no te callas y lees algo? –dijo George, reanudando su lectura.
Su mujer miraba desde la ventana. Ya era de noche y todavía llovía a través de las palmeras.
–De todos modos, quiero un gato –dijo–. Quiero un gato. Quiero un gato. Ahora mismo. Si no puedo tener el pelo largo ni divertirme, por lo menos necesito un gato.
George no la escuchaba. Estaba leyendo su libro. Desde la ventana, ella vio que la luz se había encendido en la plaza.
 Alguien llamó a la puerta.
Avanti –dijo George, mirando por encima del libro.
En la puerta estaba la sirvienta. Traía un gran gato color carey que pugnaba por zafarse de los brazos que lo sujetaban.
–Con permiso –dijo la muchacha– il padrone me encargó que trajera esto para la signora.





LA VIDA SEGÚN HEMINGWAY

 Estoy viendo la fotografía de los desolados exteriores de una casa en Ketchum, Idaho. La última residencia de Hemingway. Y me parece evidente que era una casa para matarse. Se diría que la atravesaba el viento de la nada y que había sido construida con la misma tristeza que al final de sus días sentía el escritor, ante su gran fracaso: el intento de convertirse en su propio mito. La veo como una casa para matarse y muy extraña, ya que, paradójicamente, parece hecha con el estilo de la mejor prosa de su propietario. Esa prosa tersa y directa que enseñaba a asumir la vida en su totalidad para poder escribir sobre ella, la prosa extraordinaria de sus libros de relatos.

 A esa casa regresó Hemingway por última vez a principios de 1961. Venía de un sanatorio y se había convertido en un hombre de cabello blanco, pálido, de miembros enflaquecidos. Cuatro años antes en París, a García Márquez ya le había chocado, el único día de toda su vida en que lo vio, ese aire frágil y de abuelo prematuro que tenía el escritor, el máximo símbolo en este siglo del hombre de acción: "Había cumplido 59 años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda él hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas".

 Ese escritor en estado terminal, cuyos héroes habían sido siempre duros, resistentes y muy elegantes en el sufrimiento, viajó del sanatorio a su casa de Ketchum a principios de 1961. Para animarlo, le recordaron que tenía que contribuir con una frase a un volumen que iba a ser entregado al recientemente investido presidente John Fitzgerald Kennedy. Pero un día entero de trabajo no lo condujo a nada, sólo fue capaz de escribir: "Ya no me sale, nunca más". Hacía tiempo que lo sospechaba y ahora lo confirmaba. Estaba acabado. Más acabado incluso que Scott Fitzgerald cuando, al final de la Segunda Guerra Mundial, el barman del Ritz de París preguntó quién era ese monsieur Fitzgerald por el que todo el mundo le preguntaba.

 La historia de ese hombre acabado -que había sido atractivo, vital, soldado y guerrillero, boxeador, cazador y pescador, gran bebedor- había comenzado 63 años antes en Oak Park, Illinois. Su padre, el doctor Clarence Edmonds Hemingway, le había enseñado a pescar, a manejar herramientas y armas, a cocinar carne de venado, mapache, ardilla, paloma silvestre, peces de lago. Pero le había enseñado también que nunca se debía matar por el placer de matar, una regla que su hijo olvidó cuando fue hombre. Hemingway se pasó la vida matando animales. El negativo de sus gloriosas fotografías de cazador de leones en Kenia es una patética y ridícula imagen en la que lo vemos con un rifle... matando patos en Venecia.

 Para Vargas Llosa, cuando Hemingway iba a los toros, recorría las trincheras republicanas de España, mataba elefantes o caía ebrio, no era alguien entregado a la aventura o al placer, sino un hombre que satisfacía los caprichos de esa insaciable solitaria: el bicho de su vocación literaria. "Porque para él", escribe Vargas Llosa, "como para cualquier otro escritor, lo primero no era vivir, sino escribir". El propio Hemingway pareció confirmarlo cuando dijo: "Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer, sólo la muerte puede ponerle fin".

 Borges, en cambio, tenía otra teoría sobre Hemingway. Sostuvo que las experiencias del novelista, como corresponsal de guerra en el Cercano Oriente y en España y como cazador de leones en África, se reflejaban en su obra, pero que eso no significaba que las aventuras las hubiera buscado movido por fines literarios, sino porque le interesaban íntimamente. Borges dijo esto y añadió: "En 1954, la Academia de Suecia le otorgó el Premio Nobel de Literatura por su exaltación de las virtudes más heroicas del hombre. Acosado por la incapacidad de seguir escribiendo y por la locura, se dio muerte al salir del sanatorio, en 1961. Le dolía haber dedicado su vida a aventuras físicas y no al sólo y puro ejercicio de la inteligencia".




 Hemingway se dio muerte en esa casa que recordaba su mejor prosa, la de sus tensos cuentos breves. Pero había pasado mucho tiempo desde que los había escrito y el que se mató era otro, alguien que estaba ya muy lejos de su excepcional debut como narrador de cuentos. El que se mató estaba triste y simplemente podrido de talento. No era el vanguardista, cuyo objetivo artístico (junto al de James Joyce) había sido el más original entre todos los de los literatos de vanguardia que se movían por los cafés del Boulevard Saint Michel de París.

 Estoy de acuerdo con César Aira cuando afirma que los vanguardistas aparecieron cuando se hubo consumado la profesionalización de los artistas y se hizo necesaria la tabla rasa. Pienso que ahora, cuando existe la novela profesional en un estado muy correcto que no puede ser superado y la situación corre peligro de congelarse, lo que necesita la narrativa actual en lengua castellana es empezar de nuevo. Es lo que necesitaba la narrativa mundial cuando Hemingway, al publicar su primer libro, se propuso recuperar el gesto del aficionado a inventar nuevas prácticas que devolvieran al arte de escribir relatos la facilidad de factura que tuvo en sus orígenes: hacer que la palabra y la estructura comunicaran pensamiento, sentimiento y también sentido físico. Esto, que nos parece fácil de hacer ahora (sobre todo porque nos lo enseñó Hemingway y luego lo han desarrollado, con especial acierto, Salinger y Carver), no era así en un tiempo en que la literatura aún significaba bordar bien en un costurero, con adornos neogóticos de ser posible, mucho espadachín, educación de colegio de elite y otras zarandajas.

 No se puede hablar de la evolución del cuento moderno sin pensar en Hemingway. "Un cuento siempre cuenta dos historias", ha dicho Ricardo Piglia. Para él, el cuento clásico -Poe, Quiroga- narra en primer plano una historia y construye en secreto la otra y el efecto sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie. En cambio, en la versión moderna del cuento (Chejov, Katherine Mansfield, Sherwood Anderson, el Joyce de Dublineses y desde luego, Hemingway) se relatan dos historias como si fueran una sola.


 En los cuentos de Hemingway, lo más importante nunca se cuenta y la historia secreta se construye con lo no dicho. Esto es claramente visible en algunos de sus más inolvidables relatos. Pienso en Un gato bajo la lluvia, en Los asesinos (al que tanto debe, por cierto, el cineasta Tarantino), en Mientras los demás duermen, en Un lugar limpio y bien iluminado, en El gran río de los corazones. Como ha señalado García Márquez, lo mejor de los cuentos de Hemingway es la impresión que causan de que algo les quedó faltando. Eso es precisamente lo que les confiere su misterio y su belleza. En El gran río de los corazones, por ejemplo, la historia secreta -los devastadores efectos de la guerra en el pobre Nick Adams- está hasta tal punto cifrada que el relato parece la descripción banal de una excursión de pesca. Es impresionante la maestría que despliega Hemingway en ese relato, ya que logra que se note la ausencia de la historia que falta. Lo mismo pasa con Un gato bajo la lluvia, el mejor de todos sus relatos, donde la soledad de las parejas -como diría Dorothy Parker- es la historia secreta que subyace bajo la descripción trivial de los intentos de una jovencita recién casada por proteger a un gatito desamparado, que bien podría ser el hombre con quien comparte su luna de miel. Uno de los cinco mejores cuentos de la historia de la literatura.

 Sus relatos más festejables fueron escritos en el mejor París de todos los tiempos. Yo no sería escritor de no haber leído París era una fiesta a los 18 años, en ese mismo café de la Place de Saint Michel que él dijo que era estupendo para escribir, porque le parecía simpático, caliente, limpio y amable o, en los términos del camarero viejo de uno de sus grandes cuentos, "un lugar limpio y bien iluminado". Hablo de ese café donde nos cuenta que se encontró a esa muchacha bella y diáfana que vio entrar una tarde de vientos helados. La que encontré también yo, en mi primer viaje a París, sentado incrédulo en ese mismo café donde intentaba escribir mi primer cuento, mientras miraba a una muchacha que tomaba té y leía un libro. Ella me había dejado muy impresionado pues, aunque hoy parezca ya mentira, era impensable en la Barcelona de mediados de los años sesenta ver a una chica sola en un café y ya no digamos, leyendo un libro. Pero, sobre todo, lo que más helado me dejó fue que la muchacha del cuento de Hemingway siguiera allí , encantadora, de cara fresca como una moneda recién acuñada, si vamos a suponer que se acuñan monedas en carne suave, de cutis fresco de lluvia.





 "Yo ya no veré más que esto", repetía Baroja al final de sus días, cuando alguien le hablaba de cambios. Pero Hemingway, que admiró mucho a Baroja sin que esté muy claro que lo hubiera leído, quiso ir y ver más allá de su mirada, más allá de su aliento breve y genial de cuentista. Pretendía ir al otro lado del río y entre los árboles, más allá de esa feliz inspiración instantánea de la que hablaba Rimbaud: la que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato. Más allá, en fin, de sus geniales miniaturas, adentrándose en el riesgoso terreno de la novela y rebasando así (como, por otra parte, ya hacía en su exagerada vida) sus propios límites: "Me di cuenta de que tenía que escribir una novela. Pero parecía imposible conseguirlo, precisamente cuando, esforzándome con gran dificultad, había aspirado a meter en un solo párrafo el destilado de todo lo que sale en una novela".

 A excepción de El viejo y el mar, el novelista Hemingway no fue bien acogido por la crítica. Se habló de un progresivo deterioro del nivel literario y eso lo amargó. Pero yo estoy con Roberto Bolaño cuando piensa que, incluso en Tener y no tener (que tiene fama de ser su peor novela), hay algo hermoso y artístico, aunque pueda resultar una obra irregular. Lo mismo sucede con Por quién doblan las campanas y, sobre todo, con la más vapuleada de todas: Al otro lado del río y entre los árboles. A pesar de los errores estructurales y los descuidos, anómalos en un técnico tan genial, Hemingway dejó en esa novela tanto de sí mismo que consiguió transmitir la emoción de los temas esenciales de su obra: la inutilidad de la victoria y la elegancia en el sufrimiento.

 Lo importante es que, como todos los grandes escritores, Hemingway se arriesgó buscando rebasar sus propios límites. Y si se equivocó, tenía derecho a ello. Es una manera muy curiosa de avanzar en el arte de la escritura, hacerlo a la manera de un artesano: a trompicones, corrigiéndose de continuo y creciendo con cada error. No hay que olvidar que, como dice Borges, el gran Hemingway, como Kipling, se veía a sí mismo como un escrupuloso artesano. Lo fundamental para él era justificarse ante la muerte con una tarea bien hecha.

 La inutilidad de la victoria iba a conocerla cuando, al concedérsele el Nobel, se lamentó de su incapacidad para ir a Estocolmo, alegando las secuelas de la conmoción cerebral producida por dos aterrizajes violentos y sucesivos en África. De hecho, sufría una degeneración física y nerviosa general. En cuanto a la elegancia en el sufrimiento, no puede decirse que hiciera demasiada gala de ella al final de sus días. Perfumado de alcohol y de la mortal nicotina de su vida, decidió una mañana despertar a todo el mundo con sus disparos de divorciado de la vida y de la literatura. "La semana pasada trató de suicidarse" -dice de un cliente un camarero viejo en Un lugar limpio y bien iluminado. Cuando el camarero joven le pregunta por qué, recibe esta respuesta:

-Estaba desesperado.

 Hemingway había cambiado Cuba por esa casa de Ketchum que era una casa para matarse. Un domingo por la mañana se levantó muy temprano. Mientras su mujer aún dormía, encontró la llave de la habitación donde estaban guardadas las armas, cargó una escopeta de dos caños que había empleado para matar pichones, se puso el doble cañón en la frente y disparó. Paradójicamente, dejó una obra por la que pasean todo tipo de héroes con estoico aguante ante la adversidad. Una obra que -como dijo Anthony Burgess- ha ejercido una influencia que va más allá de la literatura, pues incluso el peor Hemingway nos recuerda que, para comprometerse con la literatura, uno tiene primero que comprometerse con la vida.

Enrique Vila-Matas
Barcelona, abril 1998



BOB ORLIN: UN HEMINGWAY COMO VOY Y COMO YO

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  A través de todos estos años acompañando la ruta Hemingway, me encontré con muchos personajes, algunos más simpáticos que otros; todos seres desbordados con la personalidad del norteamericano, quienes deseosos de alcanzar un minuto de fama se montaban sobre los hombros de Ernest para lograr su objetivo.Precisamente los estadounidenses son quienes más se apoderan del delirio y superan los límites de la alegría cuando advierten que tienen la seducción del novelista; tratan por todos los medios de ser identificados como su "doble de riesgo" y festejan como niños cuando lo alcanzan. Pareciera que si tu estatura se aproxima a los 182 centímetros, tu peso ronda los 110 kilos, la piel delata ser blanca, el cabello canoso, medianamente ondulado, tus ojos marrones y la mirada melancólica, amigo,ya pueden recibiste de Hemingway.




 Nunca estuve de acuerdo con ese festival de dobles que año tras año reúne muchos admiradores en distintas partes de mundo. Son patéticos intentando imitar a un Hemingway que seguramente se reiría mucho de tanto delirio. Pero no me hagan caso, tal vez lo mío sea prejuicioso y equivocado. Mientras tanto, nos acercamos a Bob Orlin, viajero, pintor, escritor, actor de televisión y claro exponente de su admiración por Ernest. Bob, entre otros méritos, tuvo el placer de recrear la réplica del original gato de Pablo Picasso que fuera robado del Ernest Hemingway Home and Museum y que ahora está en el hogar de Key West. Asímismo Orlin, diseña remeras, camisetas y ropa, pinta cuadros y murales, realiza encuentros, es defensor de la ecología y de la fauna animal, vive en la Florida y le encanta viajar. 
 Gracias a la gentileza de nuestra amiga Allie Parker, reproducimos parte de un extenso reportaje publicado en El Proyecto Hemingway, donde Bob nos habla de un Hemingway cotidiano.





AB: ¿Como surgió tu interés por Hemingway? 

BO: Supongo que estaba en algún lugar a los 8 o 9 años y vi Por Quién doblan las campanas en la televisión.
AB: ¿Cuál es tu libro favorito de Hemingway?  ¿Qué había en ese libro que te intrigó más? 

BO: Nuevamente Por Quién doblan las CampanasComo dije viendo la televisión, siendo joven fue lo que me interesó y creo que tiene mucho que ver con ello. Desde siempre me gustó su vida y por eso leí mucho sobre la Guerra Civil Española.
AB: Bob, has viajado bastante siguiendo  la ruta de Hemingway. ¿Cuál es tu lugar favorito y por qué? 

BO: África  es el lugar donde puedes ir y todavía sentir lo que debe haber sentido y experimentado Hemingway. Además de llegar y vestirte con traje safari, eso es parte del ritual, mi esposa y yo hemos ya realizado ​​dos viajes a África, el primero para la foto clásica, en el segundo para la de caza de animales. Estamos planeando un tercero en el futuro. Los viajes son  por 10 días cada uno.





AB: ¿Qué evento de Hemingway te impactó más? 

BO: Probablemente la corrida de los toros.
AB: Conociste esa experiencia ¿Cómo te sentiste?  ¿Qué tan cerca llegaste a estar un toro? 

BO: Fue un sueño hecho realidad .Tuve al lado de un gran toro y me sentí nervioso. Es una bestia poco amigable.
AB: ¿Pudiste  hablar con españoles sobre Hemingway?  ¿Cuál fue su sentimiento sobre él? 
BO: En Pamplona los españoles lo aman a Papa, en un momento un grupo me confundió con su figura y me levantaron sobre sus hombros, un niño se me acerco y tiro de mi mano, me llamo Papa. Aman a Hemingway. 

AB: ¿Qué elemento de Hemingway te gustaría tener?
BO: Alguna de sus armas.

AB: ¿Qué parte de la vida de Hemingway es la más interesante? 
BO: Una vez más: sus períodos de África, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.
AB: ¿Qué es lo que más admirás de Hemingway?

BO: Su escritura y la vida que llevaba.
AB: Si pudieras pasar una hora de vida con Hemingway, ¿Qué harías?
BO: Cazar un búfalo o un león en África.



EL HEMINGWAY NARCISISTA QUE ELIGIÓ EL SUICIDIO

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Hace unas semanas presenté una ponencia sobre el suicidio narcisista de Hemingway. Arribé a la conclusión después de varias hipótesis y lecturas relacionadas con la vida y obra del escritor. Sigo sosteniendo que el caso del norteamericano tiene una línea directa con el abandono de persona, con el hartazgo de su compañera que llegó al límite de sus fuerzas cuando dejó precipitar las cosas sin medir posibles y dramáticas consecuencias. En general, la tasa de suicidio aumenta con la edad, siendo en la población de mayores de 75 años, aproximadamente 3 veces superior en comparación con los sectores de menor edad. En relación a los trastornos de personalidad, entre 1 y 4 de cada 10 personas, padecen algún trastorno de la personalidad. Hemigway todavía era un hombre joven cuando tomó la decisión de quitarse la vida. En el caso de personas mayores de 70 años, los problemas de la personalidad son certeramente diagnosticados dado que se debe a que el envejecimiento puede modificar conductas preexistentes, así como producir nuevas conductas difícilmente detectadas. Pongamos en claro que no todos los suicidas  son enfermos mentales, el acto suicida es un estado emocional patológico. Un alto porcentaje de las personas que cometen suicidio generalmente tienen diagnóstico de una enfermedad mental al momento del acto o alguna enfermedad preexistente. Entre los individuos proclives al final trágico se encuentran los que sobrellevan trastornos depresivos, esquizofrenias y problemas con el alcohol; y un dato no menor: el 70 % de los adultos mayores que eligen suicidarse visitaron a sus médicos en el último mes.
En todo suicidio subyace un homicidio y el individuo de personalidad narcisista advierte que es capaz de controlar su propia muerte. El suicidio en este aspecto es un acto provocador y una forma liberadora de reacción. El suicidio es como una regla más segura de preservar la identidad frente al avance de la soledad, enfermedad, dolor y pérdidas que son vividas como más horrorosas que la muerte misma. El suicida narcisista dice: "Tu vida no tiene sentido y el suicidio es lo único que puedo controlar".
Hemingway arrastraba su condición de enfermo bipolar y la mochila del suicidio le pesaba rotundamente. La relación entre el trastorno narcisista de la personalidad y el suicidio fue una consecuencia esperable. En un batido envenenado se mezclaron la nostalgia, la desvalorización y dificultades de reflexión e introspección, la falta de diálogo, el desamor, el miedo a la soledad, el desgano, la desesperanza, el desarraigo, entre otros padecimientos, fueron la consecuencia final de un estado de delirio que dinamitó su estado moral y emocional descarnando el miedo, la venganza, la ira y una violencia oculta sumada a  esa muerte latente y viva que lo acompañaba desde su niñez.


Los pacientes con estructura narcisista de la personalidad pueden presentar complicaciones típicas de este trastorno, incluyendo promiscuidad o inhibición sexual, dependencia de drogas o alcoholismo, parasitismo social, tendencias suicidas o parasuicidas graves (tipo narcisista), y, bajo condiciones de estrés y regresión severa, la posibilidad de desarrollos paranoides significativos y breves episodios psicóticos.
Las tendencias suicidas crónicas de los pacientes narcisistas tienen una cualidad premeditada, calculada, fríamente sádica, que difiere de la cualidad suicida impulsiva, “decidida sobre la marcha”, de los pacientes borderline normales (Kernberg, 2001). La proyección de representaciones objetables persecutorias en el terapeuta en forma de transferencias paranoides severas también puede llegar a ser predominante, así como una forma de rabia narcisista que expresa el sentirse con derecho y el resentimiento envidioso. “Robar” al terapeuta puede tomar la forma de aprender su idioma y aplicarlo a los demás, o puede mostrarse en el síndrome de perversidad, en el que lo que se recibe del terapeuta como una expresión de interés y compromiso se transforma malignamente en una expresión de agresión hacia los demás.
Otra manifestación de la agresión severa en la transferencia es el síndrome de arrogancia, presente con bastante frecuencia en las personalidades narcisistas que funcionan a un nivel claramente borderline: una combinación de conducta arrogante intensa, extrema curiosidad hacia el terapeuta y su vida pero poca hacia sí mismo, y “pseudoestupidez”, incapacidad de aceptar ningún argumento lógico, racional (Bion, 1967). El principal propósito defensivo de este síndrome es proteger al paciente contra cualquier conciencia de la intensa agresión que lo controla. El afecto agresivo se expresa en la conducta, en lugar de en un proceso representacional afectivamente marcado.



Las causas de la conducta suicida son complejas, tanto las que se refieren a las tentativas como las relativas al suicidio consumado. Algunos individuos parecen especialmente vulnerables al suicidio cuando se ven enfrentados a sucesos ambientales o acontecimientos vitales difíciles o cuando están expuestos a una combinación de distintos estresores. Al abordar la conducta suicida se debe tener en cuenta la población más subsidiaria o vulnerable a la misma para poder actuar sobre este tipo de conductas de una forma efectiva. Así, los trastornos de personalidad representan un amplio campo de interacción entre el entorno y los factores biológicos que sitúan al individuo en un nivel de mayor riesgo de realizar conductas suicidas. La manera en que estos factores interaccionan para que se produzca el suicidio o la conducta suicida en el sentido amplio es verdaderamente compleja y muchas veces no bien comprendida. No obstante, la población afectada de trastornos de personalidad debe estimarse dado que se trata de individuos con un alto índice de conductas suicidas, mayor que el de la media, sobre todo si concurre en personas bajo custodia y especialmente en el medio carcelario.
Ernest giró sobre su propio cono espiralado y voló sin destino hacia un mundo de fantasías perversas. Su narcisismo lo proyectó y la muerte lo liberó de su desgracia.



EL REGRESO DE PAPA

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Como siempre y a través de los años, el mítico Ernest nos sorprende. Hace algún tiempo, atrapado con la locura del director de cine italiano Giuseppe Recchia, viajé a España para integrarme a  un grupo de guionistas que armamos un texto sobre el mundo Hemingway. Recuerdo que el reggiser  estaba empecinado en recrear el funeral de Ernest y allí, entre tantos actores y en medio de las tumbas del cementerio, participé del cortejo fúnebre. La película tuvo escaso éxito y lo más gratificante fue ese paseo hermoso por la península ibérica. Ahora me encuentro con una nueva producción que me recuerda a esa experiencia, se trata de “Papa”, realizada con capital estadounidense; la obra impacta sobre una historia que transcurre en el período más acuciante en la vida de Hemingway, en ese momento patético donde apurado por los servicios de inteligencia es obligado a abandonar la isla. "La película revela algo desconocido para mucha gente en Estados Unidos, que es la conexión tan profunda que mi abuelo tenía con Cuba. Esta isla fue para él un hogar durante más de 30 años y consideraba a los cubanos su familia", declaró Mariel a la prensa en la presentación del filme en el Festival de Cine de La Habana.



La película se vio en primicia dentro del programa del festival, tres meses antes del estreno oficial en salas estadounidenses, uno de los pocos ejemplos de producción compartida entre Cuba y Estados Unidos -también Canadá-, gestada antes del deshielo diplomático entre ambos países. Para Mariel, pasar en Cuba un mes de rodaje en los mismos lugares que frecuentaba Hemingway, como su casa en Finca Vigía o el bar La Floridita, fue "una experiencia increíble" que le permitió "revivir" la vida de su abuelo, al que nunca conoció ya que se suicidó en julio de 1961, cuatro meses antes de que ella naciera. "Ya había estado en Cuba hace trece años y recorrí todos los lugares relacionados con la vida de mi abuelo. Pero esta segunda vez, para el rodaje, fue como si él cobrara vida otra vez", explicó Mariel sobre la experiencia de regresar a La Habana, en abril y mayo de 2014 para la filmación.





El filme se centra en los últimos tres años de la vida del escritor -interpretado por el veterano Adrian Sparks-, una etapa oscura en la que Hemingway se sumergió en la depresión y el alcoholismo, contada a través del testimonio de su amigo, el periodista del Miami Herald, Denne Bart Petitclerc, al que da vida el actor Giovanni Ribisi. "Para mí era vital que el rodaje fuera en Cuba, donde ocurrió realmente todo lo que está en el guión, donde aparecen todos los lugares a los que ese periodista tuvo acceso de la vida de Hemingway y su mujer Marie", explicó a la prensa el realizador Bob Yari, que ha producido medio centenar de películas, pero que en esta ocasión se adentra en el mundo de la dirección. "Ver a Adrian (Sparks) sentado en el mismo despacho de Finca Vigía en el que Hemingway escribió muchas de sus obras, con exactamente la misma máquina de escribir que él usó, fue mágico", indicó Yari.




La cinta recrea los mismos escenarios que pisaron sus protagonistas -la fortaleza del Morro, el Palacio Presidencial, el hotel Ambos Mundos, el Gran Teatro o el Malecón-, en unos años convulsos, no sólo en la vida del escritor, sino en la historia de Cuba, ya que coincide con los primeros años del triunfo de la Revolución (1959-1961). Fruto de ese contexto histórico en el que el que se vio atrapado, Hemingway vivía entonces obsesionado con el hecho de ser vigilado por la CIA de unos Estados Unidos molestos con el nuevo gobierno revolucionario de Fidel Castro, un "episodio al que pocos biógrafos han prestado atención", pero que sí hace notorio la película.





Para Sparks, quien da vida al mítico escritor, el principal reto de 'Papa' fue hacer al personaje "agradable", lograr que el público empatizara con él, ya que el guión muestra a un Hemingway "complicado, alcoholizado y roto, con una carga emocional muy fuerte". "Papa", que alude al apodo con el que el Nobel de Literatura era enormemente conocido en la isla, pudo ser filmada en Cuba gracias a que el Departamento del Tesoro eliminó algunos obstáculos del embargo que hubiera impedido el proyecto, aunque impuso límites al presupuesto. La primera barrera se eludió al conseguir que la cinta, aunque es ficción, se considerara un documental, ya que es relato de eventos reales que ocurrieron en la isla, contados a través del testimonio del periodista del Miami Herald; por lo que de momento es complicado que Hollywood halle en la isla un nuevo set de rodaje.

La película fue proyectada en el Key West International Film Festival el 19 de noviembre y se centra en un joven periodista, Denne Petitclerc, que encuentra una figura paterna en Hemingway.





La obra también está protagonizada por Minka Kelly, Shaun Toub y James Remar. Se rodó en la casa de Hemingway de Finca Vigia y ubicaciones en toda Cuba como La Floridita y Hotel Ambos Mundos.

"Papa" está basada en un guión de Petitclerc, que murió en 2006, y es producido por Amanda Harvey,

La primera barrera que se eludió al conseguir que la cinta pudiera realizarse, fue que a pesar de ser una ficción, se considerara un documental, ya que es relato de eventos reales que ocurrieron en la isla, contados a través del testimonio del periodista del Miami Herald; por lo que de momento es complicado que Hollywood halle en la isla un nuevo set de rodaje.

Alguna vez, hace muchos años, los estudios de cine de Hollywood contaban fácilmente con los hermosos paisajes de Cuba para filmar sus películas. Desde la Revolución de 1959 eso terminó. Curiosamente, tras 55 años sin que un equipo de cine pisara la isla eso ha vuelto a suceder con motivo de la filmación de esta película.




Por supuesto que no fue cuestión de armar las valijas y tomarse un avión en Miami. Hicieron falta llamadas y permisos especiales, en especial del gobierno estadounidense que, recordemos, estaba cerrado a todo diálogo con la isla.  ¿Y qué une Estados Unidos con Cuba de una manera no problemática? Pues la figura de Ernest Hemingway, el ganador del Premio Nobel de Literatura que adoraba la isla y vivió allí muchos años.

Hemingway se estableció en Cuba entre 1939 y 1960. Permaneció incluso algunos meses más después de que Castro llegara al poder, pero finalmente debió marcharse y su casa quedó como si  fuera a regresar. Aquí escribió muchas de sus mejores novelas y por eso su recuerdo está siempre vigente.


Papa sigue jodiendo…un tipo de nunca acabar.



SANTIAGO ESTÁ CON HEMINGWAY

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Parece un milagro, una constante, una maldición gitana, pero en verdad siempre regresa triunfante, en la cumbre del éxito y en medio de tanta literatura chatarra. En lo personal no me canso de regalar “El viejo y el mar”, lo compro y automáticamente lo entrego. 




Hace unos días pasé por una librería de viejos y el dueño me dijo: “Tengo 3 más… ¿Qué hago?”. Pícaro, ya sabía mi respuesta. Y ahora otra historia más, en Santiago con Santiago, entre chicos y grandes, en Chile, al aire libre, en el Centro Cultural de la Estación Mapocho. Allí será el acontecimiento. Cuánto me gustaría pedirle a nuestro alcalde que invitara al realizador para que aquí, en Buenos Aires, “El viejo y el mar” se paseara entre nosotros.


La puesta será presentada el domingo 24 de enero a las 19, mágica versión teatral de la novela con marionetas gigantes. Tomás Díaz, su director ya la presentó la semana anterior y adelantó que la obra apunta a la familia, a los niños y adultos mayores. No se cobrará entrada pero se aconseja una colaboración. Dura 45 minutos y no tiene texto hablado, sólo se utiliza música latinoamericana.
Parece un milagro pero Hemingway siempre está de fiesta.



                                        

DIALOGANDO CON LORIAN

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El concurso de cuentos cortos Lorian Hemingway, para los escritores emergentes, tiene un primer premio de 1500 dólares y está organizado por la Fundación Lorian Hemingway.

En esta entrevista, nuestra amiga Paula Lucas nos acerca a la nieta de Hemingway, con quien pudo establecer un diálogo fresco y sincero sobre su deseo de mostrar a las nuevas voces emergentes de la literatura.

PL: ¿Por qué eligió escritores emergentes como el foco del premio?

Lorian Hemingway: La competencia ha estado en existencia desde hace 32 años, y con el tiempo comenzó a recibir una gran cantidad de historias de escritores profesionales que ya habían tenido un éxito notable. No se había considerado a los nuevos escritores, así que pusimos una cláusula en las directrices que establece que el trabajo del escritor no puede haber aparecido en una publicación de circulación nacional con una circulación de más de 5 mil ejemplares. Esto lo abre para escritores que están trabajando duro en su oficio, pero que todavía tienen que ser leídos por un público más amplio. Buscamos voces frescas.

PL: Hasta la fecha, el concurso ha entregado 70 mil dólares en premios a los escritores emergentes. He leído que su abuelo les dio generosamente a muchos escritores durante su estancia en Cuba, una primera oportunidad.

Lorian Hemingway: La ayuda que mi abuelo ofreció a otros escritores, históricamente fue un arma de doble filo. Mientras que él dio generosamente oportunidad a muchos, también arremetió contra otros públicamente. F. Scott Fitzgerald fue humillado por Ernest después de publicar "The Crack Up". Por otra parte, Ernest, como usted señaló, fue bastante generosa. Creo que en los últimos años era consciente de esta dualidad y de su falta de equidad respecto a ciertos escritores. Para ser perfectamente honesta, nuestra competencia intenta modificar algunas de la faltas de atención prestada  por Ernest a los escritores. A través de los años he llegado a creer que mi abuelo se habría sentido satisfecho por nuestra competencia: ayudar como sea a tantos escritores para recibir un crédito y el reconocimiento que se merecen.

PL: ¿Tiene alguna anécdota interesante sobre el concurso? ¿Sabe usted de alguna historia de éxito acerca de las personas que han ganado el premio?

Lorian Hemingway: Oh, sí. Hay muchas. Yo podría ir tan lejos como para decir que son  una legión. Y el honor es enteramente nuestro haber leído los primeros trabajos de estos autores. Nuestro ganador de 2005, Naomi Benaron, recientemente ganó el Premio referente de ficción. Su novela sobre el genocidio de Ruanda fue publicada por Algonquin en 2012. Heidi Durrow, que ganó nuestra competencia en 2004, recientemente alcanzó la lista de bestsellers de New York por su exquisita novela La chica que cayó del cielo. Kate Small, que ganó en, creo, el año 2002, se convirtió en un receptor NEA. Kate San Vicente Vogel por su libro de memorias perdidas y encontrados. Mark Richard, que se coloca en los primeros años de la competencia, es ahora un nombre establecido en la ficción americana. La lista realmente sigue y sigue.

PL: ¿Qué cualidades tienen la mayor parte de las participaciones ganadoras?

Lorian Hemingway: La voz!!! Una voz única, por encima de todo. Y un sentido del ritmo de esa voz única que lleva la historia. Uno puede tener un carácter extraordinariamente interesante, pero sin la voz en su lugar es el carácter bidimensional.  La idea de la perforación en la condición humana que no esté expresamente dada pero evocada. Una historia que muestra más de lo que dice. A la libertad de expresión que no está vinculada por lo que el escritor se ha enseñado es la manera "correcta" para escribir. Los que se han liberado de esas cadenas tienen las más magníficas voces de todos.




Lo que estos escritores comparten personalmente es a menudo una profunda humildad, y una dedicación tranquila y persistente con su oficio. Un día brillante se dan cuenta de que el anillo de oro está ahí, y que lo único que tienen que hacer es extender la mano y agarrarlo. Es un mercado difícil en estos días, pero el mundo está hambriento de conexiones significativas con los demás. Los escritores que ingresan a nuestra competencia - y no estoy hablando de los que solo pasan por este lugar - que proporcionan conexión con su prosa, con la sabiduría y la gracia que ha sido ganado con dificultad, y con las palabras que resuenan y viven de largo en los corazones y la mente de aquellos que los leen, son los triunfadores.

Más de tres décadas de la prosa brillante poco común ha echado raíces profundas en mi propio corazón. ¿Qué más puedo pedir de estos escritores? Ellos son mis maestros, mis heroínas y héroes.


PL: Desde hace 22 años ha dirigido un concurso de cuentos para animar a los escritores que aún no han alcanzado el éxito. ¿Qué la impulsa a usted para ayudar a otros escritores?

Lorian Hemingway: Todos teníamos nuestros héroes de escritura cuando estábamos creciendo, y estaban allí para nosotros. ¿Por qué no estar ahí para alguien más adelante si usted puede ayudar a ellos?

Pero se trata en primer lugar de mi amor por el trabajo de otras personas, el talento de las personas sólo asombra y me sorprende. No hay nada más emocionante que encontrar algo de brillantez, algo que brilla, entre las entradas. Siempre una sorpresa, siempre renovando. Soy una apasionada de la lectura escrita por las personas que están ahí fuera y no han sido escuchadas.

Perla Lucas.




CATERPILLAR ES HEMINGWAY

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La fundación cubana Finca Vigía recibirá de la compañía norteamericana Caterpillar una donación de 500.000 dólares para la conservación y preservación de los documentos y artefactos de la casa del escritor Ernest Hemingway, según anunció hoy la propia compañía de equipos industriales.


La donación estará proyectada a la construcción del edificio "Taller", que albergará un laboratorio con un almacén archivístico en el museo de Hemingway en La Habana.
"Caterpillar está orgulloso de ser parte de este proyecto importante, y estamos comprometidos a ser un socio comercial y cultural con Cuba," dijo en un comunicado el presidente ejecutivo de Caterpillar, Doug Oberhelman.
La construcción del "Taller" se llevará a cabo con materiales estadounidenses, convirtiéndose así en uno de los primeros proyectos de construcción en la isla que usa componentes de Estados Unidos, desde el comienzo del embargo hace 55 años.
"Por nuestra larga trayectoria y rico patrimonio, reconocemos la importancia de preservar la cultura de Hemingway que une la comunidad cubana y americana", añadió Oberhelman.


Ernest Hemingway, que pasó largas temporadas desde 1939 y hasta poco antes de su trágica muerte, escribió en la mansión gran parte de algunas de sus más famosas novelas, entre ellas, "El viejo y el mar", que le mereció el premio Nobel de Literatura en 1954.
Hoy en día la casa museo conserva una colección de objetos personales y documentos que pertenecieron al novelista, entre libros, trofeos de caza, discos, armas, cartas, fotos, una máquina de escribir donde solía escribir de pie y el yate "El Pilar", con el que salía a pescar y navegar por el mar Caribe que rodea Cuba.


"Hemingway vivió en Cuba los últimos 22 años de su existencia. Fue donde coleccionó los trabajos de toda la vida, incluyendo correspondencia, las pruebas de imprenta, manuscritos y miles de fotografías; la colección es sorprendente", dijo en un comunicado Jenny Phillips, copresidenta de la junta directiva de la Fundación Finca Vigía.


SEIS DÉCADAS Y UN MERLÍN

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Cuando Ernest Hemingway llegó al Perú para pescar un merlín

Hace 60 años el escritor Ernest Hemingway pasó una corta temporada en el norte del Perú. Aquí las anécdotas de su estancia.

Ocurrió hace exactamente 60 años, el lunes 16 de abril de 1956. El escritor estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) alborotó la ciudad de Talara, en Piura, a donde llegaría a las 6 y 45 de la mañana, junto con su esposa Mary Welsh, un capitán de pesca y dos amigos, uno de ellos el deportista cubano Elicin Argüelles.

Los visitantes arribaron a un reluciente aeropuerto talareño, que se reinauguró justamente ese mismo día. Dos años antes, en 1954, el escritor sufrió dos accidentes aéreos en África (incluso lo dieron por muerto), pero como compensación anímica obtuvo el Premio Nobel de Literatura de ese año. Por eso llegó al Perú bañado en gloria literaria.
Hacía cuatro años, en 1952, que en las playas de Cabo Blanco habían pescado el primer merlín negro del mundo (según la prensa de unas 1.000 libras de peso que representaban 453 kilogramos). Lo tenían desde entonces disecado en el salón principal del Fishing Club de Cabo Blanco, local en el que se alojó justamente el famoso novelista.

Cuando Ernest Hemingway llegó al Perú para pescar un merlín
Hemingway, cabello blanco y ensortijado, iba a dirigir personalmente algunas tomas exteriores de la pesca de otro merlín negro, necesario para la película “El viejo y el mar” (1958), que protagonizaría Spencer Tracy (ganaría por ello el Óscar a Mejor Actor)  y que se estaba grabando en base a su novela homónima de 1952.
Desde Cabo Blanco, el autor de “Por quién doblan las campanas” (1940), el hombre invencible de 1.83 m. de estatura, fue la noticia de toda la semana. Llegó con la fama no solo de ser un potente fabulador sino también “un pescador, cazador, boxeador, amante, bebedor, torero aficionado y soldado”, como lo describía el enviado especial del diario El Comercio, Mario Saavedra-Pinón Castillo.

El novelista hablaba un español casi perfecto, y en Piura accedió a una entrevista con Saavedra-Pinón. Ese primer contacto con el periodismo nacional fue clave para medir el talante con el que visitó el país el Nobel literario: buscaba un pez, el merlín negro; y cuando Hemingway buscaba algo… No se rendía así nomás.
Dijo para la edición del martes 17 de abril de El Comercio que confiaba en la potencia de la literatura latinoamericana. “Sus posibilidades son ilimitadas”, decía con certeza porque sentía que eran “pueblos con una gran historia y un rico idioma”. Citó a Ciro Alegría, Rómulo Gallegos y hasta a Gabriela Mistral, pero su percepción iba más allá: se adelantaba a la aparición de los escritores del boom literario de los años 60.
Luego de opinar sobre periodismo y su experiencia como corresponsal de guerra, Hemingway ratificó que venía a esas playas del norte peruano para conseguir a su “tercer personaje”: el gran merlín.  Habló también del Nobel y confirmó lo que ya se sospechaba: “El dinero que obtuve al ganar el Premio Nobel ya no existe, pero en cambio no tengo deudas”, precisó.

Cuando Ernest Hemingway llegó al Perú para pescar un merlín
El martes 17, “Ernie”, como le decía cariñosamente su mujer, se instaló en Cabo Blanco y allí vivió semanas de relativa paz y calma. Por las mañanas leía el “New York Times” (el “Times”), pero su obsesión era el merlín. El miércoles 18 de abril aun no podía pescarlo. El mal tiempo de la zona conspiró contra la hazaña. Ese día el escritor permaneció nueve horas en alta mar. Pero nada.
Para intentar pescar el merlín, el narrador y su equipo se treparon a la lancha “Miss Texas” -escoltada por la lancha “Pescador II” donde viajaba su esposa Mary- con la que salían siempre a las 8 y 30 de la mañana y regresaban antes de las 6 de la tarde. El jueves 19 de abril, como el día anterior, viajó con el equipo de producción de Warner Bros, integrado por seis personas.

Al día siguiente, el viernes 20, Hemingway declaró a El Comercio (edición sábado 21 de abril) que, pese a su deseo, no podría ir a conocer Lima, pero prometió visitar la capital cuando sea la feria taurina. Su agenda se había complicado. Por motivos de salud de una parte de la tripulación no salieron a alta mar ese viernes.

Cuando Ernest Hemingway llegó al Perú para pescar un merlín
Pero el norteamericano era una persona paciente. Estuvo en Cabo Blanco todos esos días, con la cara roja por el sol, intentando atrapar al merlín con persistencia. La mejora del tiempo prometía que ese fin de semana podía haber más posibilidades de pesca.
Por ello salió con renovadas fuerzas el sábado 21. Se debió quedar en ese puerto talareño -la mayor parte del día en alta mar- más de un mes. Hasta que consiguió pescar no solo uno sino cuatro merlines, siendo uno de ellos de más de 300 kilos de peso; es decir, casi tan grande como el que se exhibía disecado en el histórico Fishing Club de Cabo Blanco.

Esta nota aparecida en el diario La República de Perú me retrotrae a aquellos momentos vividos durante mayo de 2011, cuando con la escritora peruana Irma del Águila, programamos EL MAR DE HEMINGWAY, unas jornadas que nos llenaron de alegría porque contamos con la presencia de Douglas La Prade, Andrés Arenas Gómez y en video conferencia John Hemingway. Fueron momentos intensos, llenos de emoción y fantasía. Pudimos embarcarnos en la mítica nave Miss Texas que hoy está nuevamente en Cabo Blanco y dialogar con los que todavía habían vivido esa experiencia. Vuelan los recuerdos y esas ganas de regresar al reencuentro con el mundo maravilloso de Ernest. 








        






EL COCINERO DE HEMINGWAY

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Todos sabemos el valor de la buena mesa y el reinado del cocinero. Cuando visité Finca Vigía e ingresé en la cocina de la residencia, tuve la certeza de que allí se había coronado el placer supremo de la gastronomía. Un espacio  amplio y confortable que seguramente fue utilizado por el maestro cocinero para preparar esos platos que reinaron en la mesa hemingwayana. 
En apretada síntesis el recuerdo de un protagonista de lujo. Buen provecho y buen vino para todos.

UN TRIBUTO A ALLIE BAKER

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Wendy Simpson, nombre de fantasía de Allie Baker, mientras era ampliamente popular y conocida; fue una escritora viajera, madre, esposa, aventurera, amante, apreciada amiga - en el mayor sentido de la palabra - y una inspiración para mí. Ella era todas esas cosas en ningún orden en particular, y mucho más (divertida, talentosa y creativa, etcétera y etcétera).

Ella viajaba con su marido Rich y sus hijos Andy y Matt. Como escritora estaba intrigada por Hemingway. Como escritora intrigada por Hemingway se convirtió en intrigada por España. La intriga se enredó en un estilo de vida y los Simpson se movilizaron a muchos lugares, pero, finalmente España fue su destino. En algún lugar de esa línea de tiempo Allie empezó a ampliar los horizontes de la gente. Como muchos de nosotros, expandió su camino a través de Internet.  Su blog sobre Hemingway le cambió la vida, un estudio del gran escritor con perfiles no revelados o apenas discernidos de su vida. Las entrevistas con los biógrafos, académicos, amigos, parientes, ex esposas, y muchos "otros". Participó en conferencias sobre Hemingway y se reunió con muchas personas, lo que ha contribuido de manera significativa al cuerpo de sus obras acerca de alguien cuya legendaria fama y logros como escritor tuvo un impacto significativo en la literatura. Un hombre controvertido, aunque sólo sea porque la fama invita a la controversia y Ernest Hemingway cortejó a la fama.



Se podría decir todo, pero la vida es mucho más complicada, más rica, muy generosa y a menudo trágica. Allie, en sus actividades con la familia, los viajes, la literatura, las nuevas relaciones que se desarrollan en los horizontes, de repente se aflige y se enfrenta a la eternidad. Se le dio dos meses de vida. Sólo se puede contemplar su propia reacción personal para hacer frente a la inminente presencia del demonio de la muerte. ¿Puede uno siempre estar listo para esta noticia? La mayoría de nosotros, tal vez todos nosotros, hemos sido testigos frente a los demás y algunos de nosotros hemos tenido la mala suerte o tal vez el triunfo de enfrentarse a ella.

Hemingway pasó parte de su juventud y la mayoría de su vida adulta observando el paso de la muerte, el cortejo y contemplarla sin ningún temor. Al final eligió su encuentro.



Allie eligió vivir la vida plenamente, con entusiasmo, con reconocimiento, delicadeza, valor infinito y pasión total. Mucho más allá de dos meses, ella nos permitió entrar y nos condujo a sus nuevas aventuras. Hay ejemplos, por supuesto, pero pocos han plantado sus pies tan elegantemente para satisfacer el demonio de carga con tanta gracia y la delicadeza con una alegría para vivir la vida rica y plena hasta el final.
  
                         


Allie inspiró a todos los que vinieran a conocerla. Aquellos como nosotros que llegamos a valorar su fuerza y ​​su enorme compromiso. Nunca llegué a estar con ella cara a cara, a sentarse en una mesa con Rich, Andy y Matt, compartir una comida, una botella de vino tinto, hablar de literatura profundamente en la noche, recitar poesía, cantar borrachas, tomar un brandy o un anís hasta el amanecer. Me hubiera gustado.
Allie falleció la noche de pascua en Juanajuato, México.


Allen Carney
Villeraze, Francia
14 de de mayo de 2016

Allie Baker: 18 de julio, 1962 - 28 de marzo, 2016



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